Javier Cercas |
Por cierto, un tipo nada sospechoso de facha (aunque lo acusen de ello por aquí, claro) y que conoce a fondo la realidad catalana, no en vano fue profesor de literatura española durante una década ¡en la Universidad de Gerona!, hasta que el enorme éxito internacional de Soldados de Salamina (2001), traducida a veinte idiomas, le permitió dedicarse solo a escribir.
Pues bien, eso es lo que ha hecho Javier Cercas ahora, explicar en un artículo divulgativo para mentes cuadradas como las alemanas lo que está sucediendo aquí. No dice nada que no sepamos, pero lo hace de una forma clara y didáctica como solo lo sabe hacer la gente que maneja bien la pluma. Extraemos algunos párrafos de un artículo escrito antes de que los jueces de esa región alemana dejaran libre a Fuigdemont. Sería de desear que otros autores de similar nivel escribieran cosas de este estilo para que en Europa se enteren de lo que vale un peine, que ya va siendo hora.
[...] «A finales de los años setenta, al terminar el franquismo y empezar la democracia, España se estructuró en 17 comunidades autónomas —el equivalente aproximado a los Länder alemanes— y en la actualidad es, según la mayoría de los estudiosos, uno de los Estados más descentralizados del mundo. Cataluña constituye una de esas autonomías que se distingue por poseer una lengua y una cultura propias, igual que Galicia o el País Vasco, y por ser una de las zonas más ricas del país. Desde el inicio de la democracia, el Gobierno catalán —provisto de competencias exclusivas en algunos asuntos vitales, como la educación o la policía, y amplísimas en todos— ha estado casi siempre en manos de la derecha nacionalista, que en todos estos años ha llevado a cabo una labor subterránea, minuciosa y desleal no sólo de nation building, sino también de state building; a pesar de ello, el separatismo nunca consiguió atraer a más del 20% de los votantes. Hasta que en 2012, tres años después del inicio de la crisis económica, la derecha nacionalista en el Gobierno se sumó a él.
Hay muchas causas que explican este cambio, pero sobre todo dos. La primera es la negativa del Gobierno catalán a asumir su responsabilidad por la mala gestión de la crisis, atribuyéndosela en exclusiva al Gobierno de Madrid; la segunda es la necesidad de desviar la atención pública de la oceánica corrupción que los estaba ahogando. Lo cierto es que a finales de 2012 el Govern diseñó un plan separatista que se llevó a cabo con todos sus medios ingentes y en nombre de la democracia, aunque sin el más mínimo respeto por las reglas democráticas, lo que entrañó en los años siguientes el incumplimiento sistemático de las leyes y las resoluciones de los más altos tribunales.
Hasta que por fin, el 6 y 7 de septiembre de 2017, los separatistas aprobaron en el Parlamento autonómico, de manera totalmente irregular —en una bochornosa sesión celebrada en ausencia de casi la mitad de la Cámara y en la que apenas se permitió el debate—, dos leyes que, según los letrados de esa institución, derogaban de facto el Estatuto catalán y violaban la Constitución española y la legalidad internacional, que, como se sabe, sólo ampara el ejercicio del derecho de autodeterminación —entendido como derecho de secesión— en los territorios colonizados y en caso de violación de los derechos humanos; ambas leyes, en definitiva, pretendían cambiar de arriba abajo el ordenamiento jurídico democrático con el fin de proclamar la República Catalana y dejarnos a los catalanes “a merced de un poder sin límite alguno”, por usar las palabras con que el Constitucional anuló la primera de tales leyes.
A ese flagrante ataque al Estado de derecho, perpetrado a la vista de todos y ante la impotencia perpleja del Gobierno español, es a lo que llamo un intento de golpe de Estado. La expresión parecerá inadecuada a quienes hayan olvidado que los mejores golpes de Estado se dan sin violencia física, precisamente porque no parecen golpes de Estado; pero no se lo parecerá a quienes recuerden que, como escribió Hans Kelsen en Teoría general del derecho y del Estado, un golpe se da cuando “el orden jurídico de una comunidad es nulificado y sustituido en forma ilegítima por un nuevo orden”.[...]
Por lo demás, añadiré que soy un europeísta de izquierdas, convencido de que la Europa unida es la única utopía razonable que hemos inventado los europeos, y que, como tal, estoy seguro de que el cóctel nacionalista que durante años se ha servido en Cataluña y constituyó el principal carburante ideológico de lo ocurrido en otoño —un cóctel hecho de victimismo histórico, egoísmo económico y narcisismo supremacista, aliñado con gotas de xenofobia— no sólo es incompatible con los ideales de la izquierda, sino absolutamente letal para la Europa unida».
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ResponderEliminarUffff....Es que después uno se arrepiente de lo escrito porque de todo queda constancia.
ResponderEliminarCada día que pasa me siento más incómodo. Hay una rotura total en las personas. Los que llevan el lazo y los que no lo llevan. Y ya está. Somos dos bandos, digan lo que digan, y aquí aún se puede estar , pero me imagino que en un pueblo de tractoristas es como para emigrar y dejarlos solos.
Excelente y didáctico artículo, explicativo de lo que ha sucedido por estos lares en los últimos años. ¡Qué pena que el gobierno (central) no haya realizado ninguna labor didáctica en los foros internacionales! Este gobierno es muy patoso y muy zángano. Los "relatos", como se dice ahora, hay que trabajarlos, que es precisamente lo que han hecho los "indepes" desde el primer día, en lo que han ganado la batalla por goleada...
ResponderEliminarEl Tapir
Suscribo de principio a fin su comentario. MJ
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