Escribía el tuitero Jorge Corrales, al hilo de una noticia publicada estos días en The Guardian, acerca de la revisión "políticamente correcta" de la obra de Roald Dahl, lo siguiente:
«Están reescribiendo los libros de Roald Dahl para que en lugar de "gordo" diga "enorme" y eliminar lenguaje ofensivo. La gente que ha hecho esto no solo no entiende a Roald Dahl, sino que no entiende a los niños. Los niños de Dahl no son muebles. No son niños que dicen: ¿Papá, me haría el favor de sacarme a pasear? Los niños de Dahl son desagradables, son egoístas, son crueles y sobre todo... ¡son niños! Estamos empeñados en mostrar a los niños modelos que no existen. Niños que no dicen "gordo" y que no "insultan". Como si leer a nuestros hijos sobre niños perfectos, los hiciera perfectos. Pues spoiler: no sucede así. [...] Dejen en paz a Road Dahl. ¡Alejen sus gordas manos de sus libros!» |
Añadía otro tuitero, el arquitecto Jaume Prat: «Insisto en que esto es importantísimo. Ya lo es porque Roald Dahl es un autor de importancia capital (y un placer máximo leerlo). Pero es que después de él vendrán todos los demás. Esto es el inicio de la censura que se viene».
Se nos va viniendo desde hace tiempo. La tarea es ardua, porque hay mucho que revisar, enmendar o suprimir, pero en este país tenemos dilatada experiencia. Ojo con que lo que uno escribe cumpla con los cánones establecidos. Y G.U. contesta a todo ello: «Cuando esa gente se tope con "Boy, relatos de la infancia" se pondrá las botas eliminando situaciones incómodas y sustituyendo lenguaje ofensivo. Estamos apañados con lo que se nos viene encima».
Roald Dahl; Fragmento de "El gran complot del ratón", de Boy, relatos de la infancia; Ed. loqueleo, 2015 |
Hemos hablado de ese autor alguna otra vez en este blog. En "Boy, relatos de la infancia" nos cuenta Roald Dahl anécdotas de su vida hasta 1936, con una prosa limpia, ágil, sencilla, de fácil lectura, con buenos momentos de humor. A uno le gustaría ser capaz de explicar episodios de su vida de esa manera tan fresca y espontánea. Pues, si G.U. quisiera o quisiese hacerlo, tendría que moderar su lenguaje y suprimir situaciones incómodas, que las tuvo. Y ojo con hacer bromitas con las ratas, que en breve puede que lleguen a ser vertebrados protegidos...
La cosa viene de antiguo. Ahora recordamos cosas que escribió Javier Marías hace casi diez años años acerca de experiencias que tuvo en la Universidad yanqui en que daba clases en 1984 y que luego ha visto refrendadas en la época en que escribió esta columna titulada El mundo que hiere, de EL PAÍS SEMANAL, que data de julio de 2014:
[...] Me he acordado de esta anécdota remota (que me disculpen los memoriosos si ya la he contado; son muchos años) al leer que cada vez hay más alumnos estadounidenses que ponen reparos a las lecturas que sus profesores les recomiendan o programan. Y exigen que, como mínimo, se les advierta de lo que van a encontrar en ellas. De que El gran Gatsby “contiene pasajes violentos y misóginos”, o de que en Huckleberry Finn “hay vocablos y actitudes racistas”. Consideran que lo que hagan o digan los personajes ficticios de una novela o de un drama “puede herir su sensibilidad”, o algunas escenas causar “síntomas de estrés postraumático” a quienes hayan sido víctimas de violaciones o ex-combatientes de guerra, o tengan pánico incontrolable a esas amenazas. En la Universidad de California (Estado pionero de casi todas las pusilanimidades), el consejo de estudiantes ha solicitado formalmente que se incluyan estos avisos. Y claro, las obras que menos se libran son las que ocupan lugar fijo en los planes de estudios: El mercader de Venecia, “por contener ideas antisemitas”, o La señora Dalloway, de Virginia Woolf, “porque supuestamente incita al suicidio”. La cosa se parece a los carteles que en el ámbito anglosajón aparecen al principio de las películas y series televisivas (destinados a padres y niños), en los que se advierte que lo que va a proyectarse incluye “violencia, tacos, escenas de sexo, desnudez” y últimamente, en el colmo de la histeria pacata, “escenas en que se fuma”.[...] |
No estuve allí, pero por lo que he leído esto ya se parece a lo de Joseph McCarthy .
ResponderEliminarPronto empezarán los doctrinarios dirigidos desde el ministerio de las Podidas Habemos.
Al tiempo
Yo creo que ya han empezado.
EliminarY lo más triste es que esto viene de una autodenominada "izquierda". Lejos quedan los esfuerzos por un mundo más justo, sustituidos por postureo a cualquier precio. Los censores del pasado se emocionarían al ver que la cosa se "reconduce" por acción de sus antiguos enemigos.
ResponderEliminarMateo M:
El perverso mecanismo de la "corrección moral". ¡Qué peligro tiene eso!
EliminarLa propia Elvira Lindo, una autora a la que aprecio, pese a su desafortunada columna a la muerte de Javier Marías, dice cosas así:
«Pero la verdad es que la buena literatura infantil, la que juega en el mismo equipo que los pequeños lectores, ha de poseer algo transgresor, subversivo y no pedagógico, para que los niños sientan que entran en un terreno de plena soberanía». Su Manolito Gafotas, sin ir más lejos, no superaría ciertos filtros.