La felicitación se dirige, básicamente, a todos aquellos y aquellas que tienen a bien seguir este blog y, sobre todo, a aquellos (pocos) que además se toman la molestia de verter comentarios en él, que son muy valiosos para G.U. siempre y cuando sumen y no resten. En ese caso, que sumen, le hacen sentir a uno que hay alguien más allá de la pantalla aportando cosas positivas. ¡Buen año a todos!
«Hubo un tiempo, en una edad de la vida cuando todavía me llamaban "joven", en que decidí vivir con lo mínimo, casi con nada. Me quise desprender de todo lo que me sobraba, y como resultaba difícil tirar cosas y muebles y ropa y objetos, lo que hice fue irme yo, dejándolo todo. Agarré mi coche cochambroso y me planté a mil kilómetros de mi ciudad, en medio de una llanura con dehesas en las cuales pastaban toros, y donde chanchos lustrosos se estremecían de placer en charcas de barro. Solo me llevé lo que cabía en el maletero. Me habían prestado una casa en un pueblecito en la ribera del Tajo, muy cerca de la frontera con Portugal.
Por el camino hacia el pueblecito, ya muy entrada la noche, un coche de la Guardia Civil me paró con un convincente juego de luces multicolores (mayormente anaranjadas).
—¿Sabe usted que lleva una luz trasera fundida? —me dijo el hombre, bastante joven, metido dentro de un anorak que le llegaba hasta las orejas. —¿Va muy lejos?
Le respondí la verdad. Incluso le confesé el nombre del pueblo. Me faltaban unos 400 kilómetros, me dijo después de un cálculo muy rápido. Luego se quedó en silencio, meditando, como si algo le hubiese ensimismado. "Conozco el pueblo", dijo. "Vaya qué casualidad. Y ¿qué le lleva por allí?"
Le dije la verdad otra vez: que estaba huyendo de Barcelona, de Cataluña y posiblemente de mí y de mis cosas. El tipo se quedó pensativo de nuevo, y a mí se me hizo evidente que le había tocado una fibra del alma. Pero entonces hubo algo que se le pasó por la cabeza y le llevó a dudar. Creo que, por un instante, la posible simpatía dejó paso a la polilla de la sospecha. Al fin y al cabo, su trabajo es sospechar. "Abra el maletero", dijo, ahora en un tono más serio, repentinamente profesional.
Contempló el maletero repleto hasta arriba. Lo alumbraba con la linterna. Intenté mirar mi maletero con sus ojos y me di cuenta de que aquello parecía un contenedor de basura: libros desparramados, ropa en fardos mal pertrechados, zapatos viejos, un ordenador anticuado, un títere desparramado encima de todos los trastos, unos cuantos cedés de música clásica y una mantita gris con una cenefa roja.
Su sospecha se convirtió en algo parecido a la pena. Me miró con compasión, creo.
—Mis padres se marcharon de ahí y jamás volvieron —murmuró—. Es curioso... y usted se va para allá...
—He decidido cambiar de vida —dije mientras intentaba esbozar una sonrisa—. Bueno, empezar otra vez. Por eso no me llevo nada.
¡Nada! Escuchando esa palabra pronunciada por mis labios sentí vergüenza. "Nada" significaba un maletero lleno hasta arriba, además de un coche que, por más desvencijado que estuviese, todavía era un coche que anda. Es muy posible que un africano, un peruano o un afgano tengan otro concepto de "no llevarse nada", un concepto bastante más ajustado al sentido de la frase. Por eso me reí por dentro: en ese instante me di cuenta de que uno no se libra nunca de ciertas manías, de ciertos tics, de eso que llaman "cultura" y que es lo que hemos heredado de las generaciones precedentes. ¡Qué difícil es dejar de ser catalán! estuve a punto de pronunciar en voz alta.
—No pretenderá conducir hasta el pueblo sin parar ¿verdad? Con una luz fundida no es buen plan y además seguro que otra patrulla le verá, le va a parar y quizás le multen... Mire, a sólo unos diez minutos de aquí hay una pensión. Barata, apañada. Para camioneros. Párese y quédese a dormir allí.
Hice lo que me había sugerido, más por cansancio que por obediencia. Dejé el coche en el breve aparcamiento junto a la casa, me metí un cepillo de dientes en un bolsillo y unos calzoncillos limpios en el otro y entré, pedí una cama y me quedé dormido en pocos minutos. No tengo ningún recuerdo de aquella habitación. En mi memoria, es como si hubiese dormido en una cama que flotaba en una nada negra, insípida, inodora.
A la mañana siguiente bajé a tomar un café. El dueño estaba pendiente del televisor, en donde unos niños uniformados cantaban los números de la lotería de navidad. Cuando salí, me di cuenta de que había algo raro en el coche. Atrapada por el limpiaparabrisas una hojita de papel se agitaba levemente empujada por la brisa. Era una nota escrita en letra azul y menuda, sin firma. "Debe cuidar mejor de sus cosas. El maletero estaba abierto".
Lo abrí, imaginando que lo iba a encontrar vacío. En los brevísimos segundos que transcurrieron mientras me precipitaba hasta la portezuela, intenté escudriñar dentro de mí para saber si prefería encontrarme sin nada —pero ahora de verdad de la buena— o si prefería conservar mis cositas. Lo abrí. Estaba todo ahí, tal como lo recordaba.
Sólo había un detalle distinto, una única diferencia: la linterna del guardia civil encima del títere. Le había cogido las manitas y lo había puesto como abrazando la linterna, tal como se abraza a un niño muy pequeño, a un perrito o a cualquier ser desvalido.
PD. Hoy, muchos años más tarde y a finales de 2016, conservo el títere y la linterna. Ambos todavía funcionan».
Lluís Bosch, Cuento de Navidad con poco, 20 de diciembre de 2016
Ostras.... se data de 2016, y dice que esto pasó cuando aún lo llamaban "joven"... así pues sería por los años 90 ya que nació en 1964, y dice que tenía ya un ordenador "anticuado"... que lujo aquellos años ¿no?... ¿y no profundiza mas en el porqué de la acción del guardia civil?... no se, modificó la posición del títere,haciéndole abrazar la linterna (símbolo fálico donde los haya, yo vendía muchas en los años 80 con cabezón con forma de glande que se iluminaba)... no se quizás en aquellos años no alcanzó a comprender el mensaje subliminal que le mandaba el poli... no le hablaba de perritos ni de desvalidos, era otra cosa,
ResponderEliminarBueno felices noches que con tanto turrón ni voy a cenar.
Es usted muy mal pensado. Yo, menos.
EliminarPero en los años 90 ya había ordenadores anticuados, no se piense usted. Aquello evolucionó rápido. Lo que era novedoso en el 90, en el 96 era ya un cascajo. Lo sé con fundamento.
De lo de la linterna no hablo. Quizá son imaginaciones suyas (de usted), tal vez muy ajenas a las del guardia.
¡Buen año, Chordi!
Vaya hombre, ahora soy mal pensado....
ResponderEliminarQuizá sí, no lo sé, ni sé si me importa mucho eso. Aunque "eso" no es un defecto en sí mismo: "piensa mal y acertarás", dice la voz popular. Pero los textos literarios, y éste lo es, son LITERATURA, y por lo tanto ficción. Ya quisiéramos saber escribir como Lluís...
EliminarLluis sabe hilvanar las frases en un lenguaje fresco, pero a la vez crudo.
ResponderEliminarSiempre he dicho que es uno de mis preferidos en Escritores Recónditos.
Un abrazo
No te equivocas: es una joya de los Escritores Recónditos...
EliminarOtro abrazo
Magnífico el texto de Lluís Bosch. Me gusta como escribe y lo que escribe. Mi felicitación a Luís Bosch, y a ti, Gran Uribe, te deseo que el año que viene continúes con ese blog tuyo que tanto me agrada y que está lleno de sentido común. Te deseo lo mejor para el 2019.
ResponderEliminarUn abrazo
Francesc Cornadó
Dos años ya de "El maletero estaba abierto" de Lluís Bosch. Siempre se encuentran detalles nuevos cuando se relee un texto tan bueno. Feliz Año a todos otra vez. MJ
ResponderEliminarHermoso cuento, gran Uribe. Me ha gustado releerlo. Espero que haya pasado una feliz Navidad, tranquilita y en familia. Mis mejores deseos para 2019, para usted y para el blog.
ResponderEliminarMuchas gracias a Francesc Cornadó, MJ y "Anónimo 19:38". Les deseo lo mismo para 2019.
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