viernes, 11 de enero de 2019

Isabel Coixet y los malditos algoritmos

Isabel Coixet
[Fotografía: Chesco López]
En su artículo de hoy en EL PAÍS, Marion Cotillard y las amígdalas (un título cogido un poco con pinzas), Isabel Coixet empieza contándonos que ha recibido en su ordenador un correo de una web en el que se afirma que Marion Cotillard está así de bien porque practica el bain dérivatif. Se trata de una variante del clásico baño de asiento frío de siempre, ese que Gran Uribe utiliza cuando padece de hemorroides, un episodio harto frecuente en él, aunque con tal práctica no obtenga ni por asomo algunos de los benéficos resultados que, al parecer, consigue nuestro personaje de hoy.

Isabel se pregunta cómo es que le ha llegado este anuncio, cuando la única relación que ha tenido en su vida con Marion Cotillard, la actriz que ganó un óscar haciendo de Édith Piaf, fue una conversación que tuvo con un amigo de la susodicha, con la única presencia de su perro y del móvil. A partir de esa anécdota banal, nos hace una serie de interesantes reflexiones.


Extractamos algunos párrafos del escrito de Isabel Coixet:

«Me llega un correo firmado por una prestigiosa web francesa con más de tres millones de suscriptores —no se crean que es una de esas erráticas webs cutres que previa toma de tan solo unos comprimidos, garantizan un extraordinario crecimiento del pene— que afirma que Marion Cotillard, la fenomenal actriz de La vie en rose, luce un cutis tan terso gracias a su pasión inveterada por los baños helados de asiento. Sí, al parecer, poner unas tres veces al día el perineo on the rocks proporciona solaz, descanso, detox, lozanía y un sinfín más de bondades y Marion Cotillard es —según esta web— una adepta a la práctica del bain dérivatif, que así se llama la cosa.



»Este incidente no es aislado. En los últimos tiempos, muchas personas me han contado que, después de simplemente mencionar en una conversación, un tema, un libro, una comida o un paisaje, reciben correos y anuncios que tienen que ver con la conversación que han tenido, aunque hayan sido tan solo mencionados de pasada y nunca hayan sido objeto de una búsqueda activa en la web. El colmo es una persona que soñó con una comida que nunca había probado y al día siguiente recibió vales de descuento para probarla. ¿Nos espían nuestros teléfonos? ¿Captan palabras sueltas —quizás las que incluso pronunciamos durmiendo— y las transmiten a inmensas bases de datos para que nos conviertan en meros consumidores de cachivaches, píldoras, modos de vida, bulos, estadísticas trucadas que nos hacen dudar de lo que sabemos, de lo que pensamos, lo que creemos? 

[...] Ese maldito algoritmo que nos piratea desde el momento que decidimos seguir a Kim Kardashian y a su prodigioso trasero en Instagram o cuando hacemos clic en el titular más sensacionalista y que conformará nuestra forma de consumir, votar y vivir, sí creo —o necesito creer— que puede ser combatido: con “esfuerzo y codos” como decía un formidable profesor de griego que tuve hace años y con ese libre albedrío que debemos, por supuesto, cuestionarnos constantemente para saber cuánto de libre tiene, cuánto de algoritmo. 

Aunque también sospecho que el gran enemigo no es el algoritmo en sí sino la predisposición humana a lo más fácil. Y ahí sí nos tienen pillados a todos: es más fácil leer medio párrafo sobre las bobadas de un cantante que se siente solo en la cumbre que dedicarle media hora a un texto que habla con fundamento del calentamiento global y del tiempo de descuento para salvar el planeta en el que estamos inmersos. Es más fácil dejarte arrastrar por la opinión de los demás que tener una opinión propia. Es más fácil vivir como te dicen que vivas que vivir como realmente piensas que debes vivir. Es más fácil destruir —la convivencia, la ética, los derechos humanos— que construir. Es más fácil jugar al Candy Crush que mirar el paisaje avanzar por la ventana del tren. Es más fácil insultar que razonar. Es más fácil el exabrupto que el silencio. Y es más fácil el silencio cómplice que decir lo que realmente piensas. 

 Quiero, y necesito creer, que es posible darle la vuelta a todo esto, coger por una vez el camino más difícil y menos visitado y joderle la jugada al algoritmo, aunque eso implique sacrificios y cuestionamiento y, probablemente, sudor y lágrimas».[...]


8 comentarios:

  1. Somos espiados permanentemente. Y nos creíamos libres. Cuando vayas a dormir,¡vigila que no esté Villarejo debajo de tu cama!
    El Tapir

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  2. Una pregunta, G.U., ¿no habría manera de simplificar esa comprobación de "que no eres un robot"? Es una pelmada. Tal vez bastaría con hacer las imágenes más grandes (he tenido que echar mano de la lupa para verlas mejor, y aún así me han hecho repetir la prueba 3 ó 4 veces).
    El Tapir

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  3. He comentado este asunto a Blogger. Yo no puedo hacer nada para modificar ese diseño que fijan ellos.

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  4. Buena idea la de Coixet de joderle la jugada al algoritmo.

    Las imágenes a las que se refiere El Tapir, que cuesta un montón interpretar, además, están borrosísimas, vamos, son de una calidad ínfima. Contrasta con lo del algoritmo. MJ

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    1. Eso no depende de mí, sino de Google a través de Blogger. Lo he hecho saber a esa plataforma algunas veces, aunque sin éxito de momento.

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    2. Tiene razón MJ. El problema no solo reside en que las imágenes sean muy pequeñas, que lo son, sino sobre todo en que están borrosísimas, de manera que ni con la lupa se ven bien, sino todo lo contrario; al ampliar una imagen borrosa, todavía se ve peor. En fin, que es un latazo, sobre todo si te hacen repetir la prueba cuatro o cinco veces, como me ocurre con frecuencia.
      El Tapir

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    3. Eso no sucede si uno entra con el perfil de Google, si lo tiene usted; claro que ahí sale el nombre del usuario, en este caso el suyo, si es que no está en esa plataforma con seudónimo.

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