domingo, 21 de octubre de 2018

Millás, los confesionarios y las simetrías


Sí, el confesionario es un mueble raro y muy especial, pero dotado de una simetría prácticamente perfecta, en cuyo eje se sitúan el crucifijo y el cura que se dispone a examinarte, aunque éste... oculto a veces por una cortina o una rejilla.

Sin embargo, los que frecuentaba el pequeño Gran Uribe —"cuando era más joven"— en los jesuitas, donde cursaba estudios (como se dice ahora) y muy especialmente en la iglesia de Hostalets de Balenyà, lugar donde veraneaba (aunque quede elitista reconocerlo), y allí la diferencia era más evidente, le parece recordar que registraban una ligerísima asimetría que no contempla el gran Juan José Millás en su columna.

En efecto, la zona de las mujeres tenía una rejilla que las separaba discretamente del mossén y la de los hombres, no, con lo que el cura se te abrazaba y te asfixiaba con su hedor a rancio y a tabacazo, mientras conminaba con voz ya cansina aunque enérgica "¡"A ver, pecados!", para sentenciar finalmente: "Cuatro Credos y cinco Salves". Y así te marchabas tan ufano a casa, bisbiseando esas plegarias y asunto arreglado.


Veamos lo que dice Millás, un hombre al que apasiona la simetría, en su columna La obsesión por la simetría:

Fotografía: GETTY IMAGES
«Los confesionarios poseen un atractivo oscuro. Y aunque los hay de varias clases, abundan aquellos que como el de la foto poseen un cuerpo central, donde se oculta el sacerdote, flanqueado por sendas formaciones simétricas destinadas al penitente. Mientras el cura escucha al pecador de su derecha, otro arrepentido puede ir acomodándose (es un decir) a su izquierda. De este modo, cuando despida al primero, no tiene más que girar levemente el cuerpo para atender al segundo. Son las ventajas del confesionario que podríamos denominar “bifaz”, o de dos caras, como aquellas hachas prehistóricas que representaban las dos mitades de las que está hecho el cuerpo humano.


—¿Pero eran más eficaces para matar que las de un solo filo?

—No lo sabríamos decir, aunque no todo en esta vida se mide por su eficacia material.

También este curioso artefacto reproduce las dos mitades del cuerpo: a cada lado, un pulmón, y en el centro, el corazón. Significa que quizá no está diseñado con un criterio económico, sino de carácter simbólico. Uno entra en la iglesia, observa el vacío de uno de los espacios y le cuesta resistirse a la tentación de ocuparlo, a fin de equilibrar el peso de las dos partes. Lo que no acabamos de comprender es por qué el cura, que teóricamente no tiene nada que ocultar, aparece protegido por la celosía de la puerta central, mientras que los pecadores, pobres, permanecen al aire libre. En realidad, no comprendemos nada de lo que ocurre ahí, pero nuestra afición al bricolaje nos obliga siempre a detenernos frente a estos muebles tan curiosos».




Y ya que hablamos de Juan José Millás y su obsesión por la simetría, he aquí otra perla suya:

«¡Me voy a la cama!», gritó la mujer del piso de arriba como si amenazara con irse a Rusia, o a Cuenca, no lo sé, pero como si la cama fuera un lugar remoto, quizá, más que un lugar remoto, un espacio moral en el que resultaría difícil encontrarla. Yo escuchaba de vez en cuando ese grito, al que seguían sus pasos atropellados por el pasillo y luego, el crujir del somier al sentarse sobre su borde, y el ruido de los zapatos lanzados con furia sobre el suelo. En el otro extremo de la casa, donde se encontraba el salón, seguía funcionando la tele como si nada hubiera ocurrido. Imaginaba al marido sentado frente a ella, digiriendo el «me voy a la cama» de su esposa. En aquella época vivía solo y también me iba a la cama con frecuencia no porque me enfadara con nadie en concreto, sino porque estaba disgustado con el mundo en general. La cama era un lugar fuera del tiempo y del espacio. Allí, entre las sábanas, imaginaba que era capaz de controlar la realidad con fantasías delirantes que atraían al sueño.

Cuando la mujer de arriba se iba a la cama, yo apagaba la tele y recorría el pasillo al mismo tiempo que ella y me sentaba en la cama cuando ella lo hacía y me desprendía de los zapatos con su agresividad y los arrojaba contra el suelo del dormitorio con una rabia idéntica a la de ella. Luego, ya en posición fetal, con el borde de la sábana entre los dientes, imaginaba que ella dormía en la misma postura hasta que llegaba el marido, que la empujaría hacia un lado para hacerse sitio. En ocasiones soñaba que me empujaba a mí y me despertaba unos instantes bajo la sugestión de haberme convertido en ella.


Un día, estábamos los tres viendo el telediario, ellos en su piso y yo en el mío, cuando se me ocurrió gritar hacia el techo; «¡Me voy a la cama!». Dicho esto, me levanté y enfilé el oscuro pasillo en dirección al dormitorio. Al poco, escuché los pasos de ella siguiendo mi camino. Desde entonces, nos íbamos a la cama a la misma hora, aunque el aviso lo dábamos indistintamente uno u otro. Jamás coincidí con ellos en el portal o en el ascensor. Jamás les vi la cara. Al año siguiente, por cuestiones del trabajo, me mudé a un piso que estaba mejor aislado y me quedaba dormido en el salón, con la tele encendida».

Juan José Millás, Simetrías; Diario de Ibiza (19/4/2018)




P.D (Aportación de Tot Barcelona)
 Confesionario de la iglesia de los Hogares Mundet (1957) [Fotografía: Miquel Cartisano]
Enlace: No todos los confesionarios son iguales

17 comentarios:

  1. Leí hace un rato el artículo de Millás que, como todos los suyos del viernes en El País y del domingo en El País semanal resulta agudo, irónico, ilustrativo y desmitificador. En el caso concreto del confesionario uno piensa en que no obstante haber sido la Iglesia un ente trágico hay que ver lo que ha dado de sí como comedia, sea en textos, en medidas observantes o en mobiliario como el de las fotografías. Ciertamente me has hecho recordar aquellos tiempos de confesión semanal obligatoria y, consecuentemente, de otros sacramentos y acciones devotas y pías. Horror al olor a ajo o a halitosis del cura, más horror al masajeo a que algunos eran dados a someternos y alivio al recordar en la distancia de lo transcurrido que uno no tuvo jamás pecados graves dignos de solicitar contrición y absolución especial. Monotonía de las confesiones, un invento en el que bastantes curas que he conocido no han creído nunca. En fin, creo que salimos sanos y salvos y el tesoro de nuestra conciencia no se la llevaron ni se la llevarán a su cielo.

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    1. Los pecados que más solían interesar al clérigo que estaba dentro de ese artilugio eran los de la incipiente sexualidad, y son los que procuraban una penitencia más trabajosa en cuanto a número de plegarias. Los de desobediencia a los padres y otras minucias apenas llamaban la atención...

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  2. Yo viví experiencias similares. Por suerte pienso que aquellas confesiones con esos curas que hacian ese olor tan espeso y desagradable nos dejó más intactos de lo que creemos a veces y, como dice Fackel, "creo que salimos sanos y salvos y el tesoro de nuestra conciencia no se la llevaron ni se la llevarán a su cielo".

    Muchas gracias
    F.G.

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    1. Es difícil saber las secuelas que nos dejaron esas prácticas, si es que las dejaron.

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  3. Me olvidaba añadir algo: ese artículo de las simetrías entre el piso del personaje de Millás y la vecina está muy en su línea. Para mí es muy bueno y no lo había leído, ya que creo que no se publicó en EL PAÍS.

    Muchas gracias
    F.G.

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  4. Me encanta un confesionario del que tengo fotos, que está situado en la iglesia de Montbau, dentro del recinto. Es de Subirachs. Las líneas son puras, racionalistas, pero con una personalidad fuera de toda duda.

    Salut

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    1. ¿Se trata de éste, tal vez?
      https://totbarcelona.wordpress.com/2011/05/15/un-confesionario-racionalista/

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    2. Si señor ¡¡¡¡¡...es precioso ¡¡¡ lo más de lo más...algo que a uno le gustaría ir y proclamarse el pecador mundial aunque no tuviera ningún pecado, con tal de poder estar cerca de la obra de arte.
      Gracias por traerlo.
      Salut

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    3. Sí, además allí los pecados son menos pecado...

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  5. Genial, como siempre, pero permiteme alguna matizacion: el G.U. se ha situado en la parte del confesionario inaccesible, pues está arramblado a la pared debido al escaso uso del mismo debido a las plataformas de comunicación actuales que han quitado mucha clientela hasta en los cines por no hablar de los video-clubs ¿Es para protegerse?
    Segundo las cortinas moradas acctualmente son mas propicias al movimiento feminista y de reivindicaciones por lo que le segueriría que fuera tela mas acorde con sus banderas, por ejemplo la vaticana es blanca y Grroga !!
    3ª el beato Oriol (se pronuncia Uriol , no confundir con Uri Geller el mago de 1975) en lugar de cortinillas se podía haber colocado una regillas al uso pollero, hubieran dado un aire mas mona-cal (traducido Mona= Mona y Cal= Hace falta)en fin por sacarle punta en el confesionario 4ª hay mucha imagen repetida y eso cansa, ademas de estar hechos en serie, lo dicho aburren.
    El resto que me queda por matizar me lo guardo para otro post. Un abrazo !!

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    1. No se le ha escapado un detalle. Por ejemplo, ha descubierto usted a "Uriol", aunque no ha reparado en que viste el ropaje del abad de Montserrat, que le sienta divino. En cuanto a Uribe, pensé que su situación (encajonado contra la pared, a la que solo ha podido acceder escalando o a través de la ventana del mossén confesor) pasaría inadvertida a todo el mundo. Era un "parany" que tenía reservado para apreciar la calidad de observación de la gente que se asoma por aquí. Pero a las primeras de cambio me ha chafado la guitarra: no contaba con que Chordi es como un lince ibérico. No se le pasa una.

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    2. Uy yu yuiii, se me pasan muchas, o mejor me paso muchas, yo debía haber seguido para guionista o mejor tramoyista ( en su mejor acepción de intrigas y enredos)pero vamos a lo que vamos, la taquilla de quinielas que tanto le gusta a Miquel C.me recuerda con sus ángulos rectos y sus quitamiedos verticales mas a mobiliario penitenciario que no penitente, pero si a Miquel le encanta, pues pa Miquel y no se hable más
      Podía haber dicho y no lo dije que el G.U. estaba posicionado en el rincón de un mingitorio eclesiástico pero me contuve.
      Si se me pasó el habito del Montserratino Oriol, no se mucho de modas de faldas y miriñaques que usan los del Monasterio para disimular cuando salen del confesionario las erecciones debidas a todos los detalles confesados. Recuerdo yo que había un cura en la Iglesia de Betlem de BCN que siempre me preguntaba si nos tocábamos la "oliva" y la verdad es que salía muy desconcertado....
      O sea así podría seguir deshojando el post hasta mañana, pero debo descansar pues ya sabe usted que la cosa neuronal a ciertas edades necesita sus relajos.
      Mañana le volveré a leer si usted tiene a bien subir otro post. Bona nit !!

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    3. Le dejo descansar por hoy. Tengo a la suegra en casa y no puedo dedicarme a esto. Pero en cuanto marche, y no es una amanaza, habrá más.

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    4. No está mal visto lo de Chordi del mobiliario penitenciario. Es más, apostaría que el que usa Junqueras en la cárcel de Lladoners se parece a ese.

      Pero si pintáramos ese confesionario de rojo y azul con toques de amarillo tendríamos un Mondrian en 3D y saldría hasta en los libros de arte.

      Muchas gracias
      F.G.

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  6. ¡Caracoles, qué éxito ha tenido el tema de los confesionarios! Los hay que son verdaderas obras de arte. No conocía el de la iglesia de los Hogares Mundet, que es una auténtica perla dentro del catálogo de confesionarios, en una línea neoplasticista poco frecuente. Con un poco más de colorido, podrían haberlo firmado Theo Van Doesburg o Gerrit Rietveld. ¡Ni siquiera parece un confesionario!
    Creo que está más en su lugar mosén Junqueras que Uribe, a quien que, con su calzón corto, ni siquiera le habrían dejado entrar en la iglesia. Cuando El Tapir tenía 8 ó 9 años, el cura del pueblo le mandó a su casa (a unos 2 km de la iglesia) a buscar un jersey, porque iba en manga corta...
    El Tapir

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    1. ¡Pero si Gran Uribe era un niño pequeño, pobre zagal! ¡Qué crueldad no dejarle confesarse!

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  7. Mi hijo el mayor, una vez que entramos en la catedral de Burgos cuando era muy pequeño, preguntó que por qué había tantos "ascensores". Son elementos que cada vez me resultan más extraños y lejanos.

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