domingo, 14 de octubre de 2018

Eduardo Arroyo, DEP

Eduardo Arroyo, en su casa de Madrid (14/2/2018) / Fotografía: SAMUEL SÁNCHEZ
Durante toda su vida, Eduardo Arroyo (1937-2018) había creído que el zumbido amenazante de las moscas podía ser una gran metáfora de lo que España es. Pero tuvo mucho cuidado a la hora de conjugar el verbo: "España es, o mejor, ha sido. En eso me considero optimista. Creo que hemos mejorado de aquellas moscas a éstas. Aunque puede que, las que quedan ahora, piquen mejor". Quizá no le faltaba razón.

"En el ocaso de este siglo, el más rico en contradicciones e inventos, he decidido convertirme en un pintor de Historia, o, si se prefiere, de historias en plural", escribía Eduardo Arroyo en 1999.

El primer cuadro de esta nueva etapa de trabajo iniciada en 1999 es una evocación de Walter Benjamin con un doble rostro del filósofo superpuesto al paisaje de Portbou un mediodía de tramontana. Un paisaje enmarcado por una doble hilera de moscas: 22 pintadas en la  misma tela y 26 fijadas en el marco del cuadro.

En el doble retrato de Benjamin, uno lleva las gafas intactas y el otro, rotas. Éstas, muestran el momento en que éste abandona el mundo de los vivos.


Traemos a colación esta obra de Eduardo Arroyo, una más entre las miles que creó, porque en ella salen representadas muchas moscas, y en el texto que adjuntamos se refiere a Walter Benjamin y la extraña conferencia que dio sobre ese personaje en la Universidad de Barcelona, un lugar al que se juró no volver y ¡vive Dios que cumplió su palabra...!

He aquí un fragmento del antepenúltimo texto que escribió Arroyo, un tipo tremendamente irónico y un gran artista, para el diario EL PAÍS, concretamente el 29 de diciembre pasado. Se titulaba Optimista pero no idiota y en él nos habla de aquella conferencia y... de Cataluña. DEP, Eduardo Arroyo.

[...] «Cuando Pujol recriminó a Carlos Taché, el director de mi galería de entonces, para mí para siempre abandonada, porque se exponían a artistas españoles (Saura, Palazuelo y yo); aquel comentario deslizado en Israel en el Huerto de los Olivos (véase también en Israel a Maragall y a Carod-Rovira jugando con la corona de espinas), me dejó indiferente, acostumbrado a que después de seis exposiciones en la galería, ningún organismo oficial hubiera comprado ni siquiera una litografía mía. Y tampoco me inmuté porque el dinero de esa litografía tanto soñada iba a parar en los bolsillos de Miró, Tàpies o Plensa; tampoco me importa cuando veo en la televisión esas caras independentistas reunirse bajo un cuadro tardío de Tàpies celebrando ocurrencias y chorradas.

Tampoco me sorprendió el verme hablando solo y en castellano en la bella aula magna de la Universidad de Barcelona. El caso es que había recibido una invitación para intervenir en un congreso promovido por las universidades de Barcelona y de Berlín sobre la figura de Walter Benjamin. Unos días antes recibí una llamada para invitarme a una excursión a Port-Bou. Decliné pero confirmé mi presencia en la Universidad; antes de colgar mi interlocutora me preguntó en qué lengua tenía yo intención de hablar sobre el desgraciado filósofo. Le dije que en castellano, y ella me respondió que no le parecía aconsejable. ¿Por qué? Simplemente porque el castellano no formaba parte de los idiomas admitidos para hablar de Benjamin: catalán, francés, inglés y alemán. Contesté que ya era tarde para arreglar este entuerto porque resultaba difícil encontrar a un traductor que trasladara mis 15 cuartillas en castellano a las lenguas admitidas.

Eduardo Arroyo (14/2/2018)
Fotografía: Samuel Sánchez
En aquel parchís el único español era yo. El resto: catalanes, franceses, ingleses, alemanes y algún que otro norteamericano que nunca faltan a este tipo de saraos. Cuando me tocó hablar, en primer lugar me excusé en francés por el hecho de tener que leer mi intervención en castellano, una de mis tres lenguas. Hice examen de conciencia tipo Heberto Padilla en Cuba imitando los procesos de Moscú, prometí que en el futuro aquello no ocurriría jamás y así fue, ya que me juré a mí mismo que jamás en mi vida volvería a poner los pies en aquella Universidad. 

Me excusé por incurrir en tamaña grosería y, una vez terminada mi introducción en francés empecé, ya en castellano, a propinar a los oyentes un bombardeo en forma de misiles de papel que caían al albur según la intensidad con que salían disparados y la dirección en que los lanzaba. Mientras hablaba con calor de mi admiración por Benjamin, los traductores y las traductoras abandonaron las cabinas, los independentistas aprovecharon la ocasión para ir al baño y los alemanes, que no entendían nada de lo que ocurría —cosa comprensible—, hablaron entre ellos. 

Para mí se trató de una experiencia más frente a muñecos del pimpampum, y si Benjamin me hubiera podido ver desde el fondo de su tumba, aún no identificada, en el cementerio de Portbou, se hubiera partido de risa de ver aquel despropósito, a él dedicado. Imagino que se hubiera partido de risa porque ese regreso a los juegos de la infancia le habría divertido, aunque reconozco que nunca pude ver una sola fotografía suya en la que sonriera. En mi imaginación, Walter se partía de risa mientras numerosas butifarras de mármol y varias salchichas de madera iban abandonando el aula hasta que yo me quedase solo rodeado de misiles de papel que ya no volarían más».



[...] «Le pregunté ayer por la mañana a Fernando Savater, su amigo, que estaba en Buenos Aires escuchando ópera, como le hubiera gustado al que acababa de dejarle en Madrid, si podía decir algo sobre Eduardo. Uno más de nuestro ejército íntimo se nos va, apuntó, y luego me envió este billete, para que lo adjuntara a lo escrito: “Artista de su vida y de la amistad, tanto como de la pintura: era original de gesto y palabra sin necesidad de proponérselo. Disfrutaba viviendo y hacía disfrutar a quienes le trataban: no tenía ese espíritu de la pesadez que fastidia a veces en buenos creadores”. Amén».



1) Velázquez, "Autorretrato"; 2) Eduardo Arroyo, "Velázquez, mi padre" (1964), del libro Los bigotes de la Gioconda

[...] «Citaba sin descanso a sus escritores y pintores favoritos, ilustró el Ulises, de Joyce, copió La ronda de noche, de Rembrandt, a tamaño natural, reconstruyendo las partes perdidas, y escribió entre otros libros una biografía del boxeador Panama Al Brown y una personal guía del Museo del Prado titulada Al pie del cañón. Arroyo, quien, en un cuadro de mediados de los años sesenta, se retrató en los brazos de Velázquez, reconociendo una legítima paternidad artística, no ha dejado de estar, eso, al pie del cañón, esperando con escepticismo el merecido premio que recompensara su "vida y obra", la de una de las figuras más relevantes del arte y del pensamiento español y europeo de este último cambio de siglo».




Arroyo posa delante de su obra Le retour des croisades (2017),  un homenaje al cuadro de Zuloaga La víctima de la fiesta (1910)

8 comentarios:

  1. Patético y desagradable., pero la pintura de aquí ha de ser la oficial, ya se sabe.

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  2. Me parto de risa con estos "homenajes" por haber realizado el martirologio los "nostres" pero nunca los hacen a los curas y monjas que fusilaron los también los "nostres" servidores de la faccion catalanita "obrera"... hay que ver es que hay nostres y nostres que aunque sean lo mismo para ellos no lo son

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  3. ¿En qué año fue esa conferencia? Digo esto porque cuando mi mujer daba clase en l Universidad Autónoma de Barcelona, la Universidad organizó un congreso sobre algo (no recuerdo exactamente qué) relacionado con Latinoamérica, al que iban a acudir casi exclusivamente ponentes latinoamericanos, los cuales quedaron muy sorprendidos cuando se les dijo que las intervenciones tenían que ser en catalán (supongo que habrían admitido el inglés). Si no recuerdo mal, alguien les hizo ver lo absurdo de la situación y finalmente admitieron el español, aunque no de muy buena gana. Estoy hablando de los años noventa del siglo pasado. Me puedo imaginar qué ocurriría si ese congreso se celebrara hoy, por eso preguntaba en qué año se dio esa conferencia.
    El Tapir

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    1. Creo que eso que relata Eduardo Arroyo sucedió en 2003.

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    2. ¡Corrijo! La anécdota del congreso en la UAB, que relataba en mi escrito anterior, tuvo lugar a mediados de los ochenta del pasado siglo, según me ha confirmado mi mujer.
      El Tapir

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  4. Un compañero de instituto, profesor de "Literatura espanyola" daba la asignatura en catalán. MJ

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    1. Otra situación de lo más absurdo y difícil de comprender si no has vivido en Cataluña...
      El Tapir

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    2. No sé si esta situación que relata MJ, que no me sorprende nada porque he vivido en el instituto cosas parecidas, se está produciendo también en las Pitiusas, aunque no me extrañaría que así fuera.

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