Hoy, aprovechando que se cumplen ciento cuarenta años de su nacimiento,
hablaremos un poco de Pablo Picasso (1881-1973). En plan sencillito, porque no diremos nada nuevo, dirigido a gente no experta en el asunto (G.U. tampoco lo es).
Ignoremos por hoy su etapa centrada en Barcelona, muy conocida (Quatre gats, "Período azul", etc.). Puede que algún día nos dediquemos a ella, pero avui no toca. Hoy empezamos con su asentamiento definitivo en la llamada "ciudad del amor", ya que hasta entonces había estado en ella solo a temporadas. En efecto, Picasso se trasladó a vivir a París en 1904, en el barrio de Montmartre. En aquella época, todo artista que aspiraba a "ser alguien" se acababa instalando allí.
En esa ciudad frecuentó variados círculos artísticos, los cabarets y también... el circo Medrano, muy cerca de su estudio. Allí se inspiró para algunas de sus obras, dentro del que se ha dado en llamar
"Período rosa". Quizá la más popular sea La familia de saltimbanquis (1905), que ustedes conocerán (no
vamos a decir nada que no se sepa).
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Pablo Picasso, La familia de saltimbanquis (1905), Galería Nacional de
Arte (Washington)
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Sigamos adelante. Como dijimos el otro día, Cézanne murió en 1906 y ese mismo
año se celebró en París una gran exposición retrospectiva suya, que tuvo gran
aceptación. No hay como morirse... El hombre pintó muchos retratos durante su
vida y, en concreto, el de Madame Cézanne (Hortense Fiquet) lo hizo veintinueve
veces. Esta es una de ellas.
El caso es que ningún artista quedó tan impresionado por aquella exposición de
Cézanne como Pablo Picasso, aunque éste ya había visto algún cuadro suyo en
la casa de Gertrude Stein, una millonaria, intelectual, pionera de la
literatura LGTB, mecenas y coleccionista de arte que tuvo una importancia enorme para el desarrollo del arte de vanguardia. Ella vivía en la 27 Rue du
Fleurus y allí organizaba tertulias y cenas, a las que solían acudir de gorra
muchos otros pintores, como Matisse, Derain, Braque, etc. Picasso pintó el
retrato que ven de la propia Gertrude Stein a lo largo de no menos de ¡cincuenta sesiones! Se ve que por aquella época nuestro hombre todavía
trabajaba despacio. El resultado se dice que no agradó a su mecenas, Gertrude,
pero ella se lo tuvo que tragar, porque veía en Picasso a un tipo con futuro.
También por entonces empezaron a circular por París, y se pusieron muy de moda, diferentes máscaras elaboradas por tribus de África Occidental, donde Francia
tenía muchas posesiones (que expoliaban a saco); a Picasso le
encantaban.
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Paul Cézanne (1894), Retrato de Madame Cézanne (Chicago Art
Institute) Máscara de África Occidental, Museo Rietberg, Zurich Picasso
(1907), Retrato de Gertrude Stein (Museo Metropolitano, Nueva
York)
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Pues bien, se dice que en el arte de Cézanne y en las máscaras africanas, pero también en los rostros de las vírgenes románicas, ya late lo que llaman el "protocubismo", que Picasso explotará para cambiar el rumbo del arte moderno.
Los dos autorretratos de Picasso que siguen a continuación datan de 1907, un
año clave, y están separados por unos pocos meses. La evolución entre uno y
otro es muy grande, a pesar de ser dos pinturas prácticamente coetáneas, pero ambos tienen algo del que le había hecho poco antes a Gertrude Stein. La verdad es
que Picasso cambiaba el chip con enorme facilidad, evolucionaba rápido y nunca se afilió a una
única manera de pintar. Les pasa a muchos artistas.
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Pablo Picasso, Autorretrato con paleta (Philadelfia Museum of
Art) y Autorretrato (Galería Nacional,
Praga) / (1907)
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Y lo siguiente que pintó, muy similar y también en 1907, fue
Les demoiselles d´Avignon, las de la viñeta de ayer de JM Nieto; un
grupo de prostitutas en un burdel. El cuadro causó un gran revuelo, pero no por su temática, ya tratada por los impresionistas y por Toulouse-Lautrec, sino por la distorsión y fragmentación de las figuras y del espacio, que nos lo presenta aplanado, sin perspectiva alguna, ni lineal ni aérea. En esa obra, quizá sin saberlo el mismo
Picasso, estaba destrozando las bases del arte moderno y, en cierto modo,
inaugurando una nueva época. Acababa de nacer el cubismo.
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Pablo Picasso, Les demoiselles d´Avignon (1907), Museum of Modern Art, Nueva York
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Un par de años después, él y su rival (y sin embargo amigo) Georges Braque, un
poco hartos de París, marchan de vacaciones a lugares diferentes, uno a Horta d´Ebre y el otro a L´Estaque, cerca de Marsella, donde Cézanne había pintado paisajes muy buenos. A su vuelta, comprueban con sorpresa que han hecho cosas parecidas. El cubismo ya marcha a toda
pastilla y una legión de epígonos los seguirán después, como Juan Gris, un pintor que nos encanta.
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Picasso, Casas en una colina de Horta d´Ebre (1909), Museum of
Modern Art (Nueva York) Georges Braque (1909),
Viaducto de L´Estaque, Centro Georges Pompidou (París)
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E. H. Gombrich intenta deducir en su
La Historia del Arte lo que
quizá pensaba Picasso al pintar un cuadro como el que reproducimos a
continuación, que es, dentro de su obra cubista, el que quizá más agrada a este
modesto bloguero:
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Pablo Picasso, Violín y uvas (1912) Museum of Modern Art (Nueva
York)
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«Seguiremos el ejemplo de Cézanne y elaboraremos el cuadro con
nuestros propios temas, tan sólida y permanentemente como podamos.
¿Por qué no ser consecuentes y aceptar el hecho de que nuestro
verdadero fin es construir antes que copiar algo? Si pensamos un
objeto, pongamos un violín, éste no aparece ante los ojos de nuestra
mente tal como sería visto por nuestros ojos corporales. Podemos
pensar, y en efecto lo hacemos así, en sus diferentes aspectos al
mismo tiempo. [...[ Y esta mezcolanza de imágenes expresa mejor el
"verdadero" violín que lo que cualquier instantánea o cuadro minucioso
pueda contener».
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La espiral, los agujeros de la caja, las clavijas, la curvatura lateral del
violín un poco exagerada, la textura de la madera, el arco y las cuerdas por ahí flotantes... A pesar
de este amasijo, el cuadro no parece desordenado, al contrario, se nos antoja
sólidamente construido y bien compuesto. Muy bien, mejor dicho; pero la cosa tenía un inconveniente: todo esto solo se puede hacer con cosas que puedan resultar familiares al que mira (o
compra) el cuadro. Botellas, instrumentos musicales, partituras, fruteros y frutas, letras, papeles encolados, recortes de diario, casas, incluso hasta personas...
Bueno, no les molestaremos más. Esta es la última obra que les hemos
presentado hoy de Picasso. No hay ninguna originalidad de G.U. Todo son
obras archiconocidas. Pero para él —bastante lego en la materia— todo lo que
vino después ya son idas y vueltas, variaciones de lo mismo que había hecho
antes, siempre cambiando, eso sí, porque no soportaba estar mucho tiempo seguido haciendo lo
mismo. El hombre habría caminos, pero los agotaba rápido.
Mucha gente detesta a Picasso en su vertiente cubista, dicen que "esto también lo sé hacer yo", lo
hemos escuchado muchas veces; también hay quien lo reverencia por esnobismo. Otros, los más, solo aceptan su faceta "clásica", que es muy buena también, aunque más convencional. En fin, cada uno es libre y le gusta lo que le gusta. Pero su obra ahí queda, y muchos
siguieron su ruta después. Un homenaje desde aquí a ese tipo que, en
palabras de Gertrude Stein, en la Autobiografía de Alice B. Toklas,
parecía en aquellos años «un matador seguido por su cuadrilla; un Napoleón
seguido de cuatro fornidos granaderos» (se refería a Derain, Braque y algún
otro que —según ella— siempre andaban detrás).