lunes, 20 de marzo de 2017

"Bienvenido, señor Pérez"

Javier Marías comentaba hace un tiempo lo de estos hoteles de "última generación" (inteligentes), y quedó puntualmente reflejado en este blog porque Gran Uribe, aunque no suele ir a ese tipo de lugares, ha padecido alguna experiencia similar.

En previsión de emboscadas lumínicas, este modesto bloguero viaja siempre con un pequeño flexo para poder leer, aunque uno duda de que en esos hoteles inteligentes haya enchufes convencionales cerca de la mesilla de noche donde conectar el artilugio. Algo de todo eso quedó explicado en la entrada de hace unos quince meses titulada Javier Marías y los hoteles modernos, en la que Javier nos explicaba, entre otros apuros, sus dificultades con los mandos de la ducha.

Pues bien, ahora le ha ocurrido algo similar a su buen amigo Arturo Pérez-Reverte ("El señor Pérez"), un tipo viajado como Marías y, como nos lo explica tan bien que parece lo estemos viviendo, G.U. se permite publicarlo enterito. Dice así:

«Les juro a ustedes, con una mano sobre la primera edición de El cetro de Ottokar, que cuanto voy a contar es cierto. Acabo de sufrirlo en la habitación de un hotel español nuevo y flamante, dotado con todos los adelantos tecnológicos imaginables. Un lugar de vanguardia tan avanzada que te deja de pasta de boniato.
La primera en la frente fueron las luces. Allí no había conmutadores normales, de ésos que les das, clic, clac, y encienden y apagan. Había unos sensores planos de colorines, que según acercabas un dedo encendían cosas de modo aleatorio, a su rollo. Todas de golpe o una a una, dabas a ésta y se encendía o apagaba aquélla, tocabas la de la mesilla de noche y se iluminaba un armario, o el cuarto de baño, y así todo el rato. No había forma de aclararse. Y para más recochineo, la habitación estaba iluminada a la moda de ahora, con coquetos puntos de luz que dejaban el resto en penumbra; lo que es precioso, pero tiene la pega de que no ves un carajo. Además, las pocas luces estaban situadas en lugares divinos, pero no donde las necesitabas, por ejemplo, para leer. Así que estuve un rato moviendo muebles para colocarlos donde podía verse algo; con el simpático detalle de que al ir y venir en la penumbra, más ciego que un topo, una manija de una puerta, estilizada, larga y bellísima de diseño, se me enganchó en el bolsillo de la chaqueta, rasgándolo.
Blasfemé, lo confieso. Algo sobre el copón de Bullas. Por suerte tenía otra chaqueta, pero al ir a colgarla se le cayó un botón. La alfombra era de las que más detesto en el mundo. Si la moqueta me parece ya una guarrería infame, calculen mis sentimientos ante una alfombra peluda de medio palmo de espesor, con rayas de cebra, entre cuya fronda podría camuflarse una boa constrictor. Por pura ley de Murphy, el botón cayó entre el pelamen; y con la falta de luz estuve diez minutos a cuatro patas, buscándolo con las gafas de leer puestas, mientras mis blasfemias subían de tono, cuestionando ya los más sagrados Misterios. Y de ahí para arriba.
"Bienvenido, señor Pérez"
El siguiente episodio fue la tele. Vi un mando, presioné la tecla, y lo que se descorrieron fueron las cortinas de la ventana, que ya nunca pude volver a correr. Al fin, con otro mando que parecía perfecto para abrir cortinas, encendí la tele. «Bienvenido, señor Pérez», dijo una voz cantarina sobre una imagen del hotel. Quise ver el telediario, pero el televisor me exigió una complicada serie de datos que incluían mi nombre, número de habitación y algo así como código Waca Plus –que sigo sin tener ni idea de qué podía ser–.

Pese a ello, introducido todo, o casi, la tele se negó a pasar a los canales. Quise apagarla, pero no había manera de apagarla del todo, porque se encendía ella sola cada diez minutos, y cada vez la misma voz repetía: "Bienvenido, señor Pérez".
Les ahorro la noche. La cortina abierta de piernas, con la luz de las farolas de la calle dándome en la cara –con ésa sí habría podido leer–, y el televisor encendiéndose solo, "Bienvenido, señor Pérez", cada diez minutos. Además, cuando quise mirar el reloj en la mesilla debí de tocar algún sensor o algo, porque los pies de la cama se levantaron, zuuuuum, y me quedé con ellos en alto y toda la sangre congestionándome la cabeza. A punto de nieve para el derrame cerebral.
Habitación del parador de Alcalá de Henares
[granuribe50.blogspot.com.es]
Al fin llegó el alba. Yo había notado ya que el grifo del lavabo no era un grifo, sino un caño misterioso que requería ciertos pases mágicos alrededor para que saliera el chorro de agua. Y con la ducha pasaba lo mismo. Me puse enfrente, empecé el abracadabra, y ni flores. Al fin, al hacer no sé qué movimiento, brotó el agua de la ducha. Fría, no, oigan. Ártica. Salté hacia atrás, empapado, y me quedé allí intentando desesperadamente resolver el problema. Entre el mando –que seguía sin saber cómo funcionaba– y yo se interponía el chorro gélido de la ducha.


Puentes de Bijela
Al fin me dije: vamos, chaval. Sobreviviste a los puentes de Bijela, así que échale cojones. De modo que tomé aire, me metí bajo el chorro –mis blasfemias debían ahora de oírse en la calle– y estuve dando pases mágicos hasta que al fin, al borde ya de la congestión pulmonar, salió de pronto un chorro de agua hirviendo que me abrasó la piel. Y cuando al cabo, exhausto, apoyado en los azulejos bajo un chorro más o menos regulado, miré al suelo, comprobé que el arquitecto, o su puta madre, habían diseñado un plato de ducha sin escaloncito, a ras con el piso, y que por debajo de la puerta de cristal se había ido el agua, que ahora corría alegre por toda la habitación, anegándola.

Y mientras, en el televisor, la amable voz femenina seguía repitiendo cada diez minutos: "Bienvenido, señor Pérez"».
Arturo Pérez-Reverte, Hoteles inteligentes y la madre que los parió, El bar de Zenda (20/3/2017)




Todavía aturdidos por la noche toledana de Pérez-Reverte en la siniestra habitación del hotel inteligente, vamos a entonar el espíritu oyendo la contenida versión que hizo en directo (la versión en estudio suena mejor) la mezzosoprano sueca Anne Sophie Von Otter de la estupenda canción de sus paisanos del grupo ABBA "Like an angel passing trough my room" (sería algo así, en español: "Como un ángel pasando por mi habitación"), una pieza que también cantó Madonna.

Se la dedicamos al "señor Pérez", por si nos sigue. ¡Dentro vídeo!


2 comentarios:

  1. A veces son mejor los hoteles modestos. Y siempre los clásicos. Se domina más la situación.

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  2. El grupo ABBA era bueno, hizo buenas canciones y tenía dos buenas cantantes, pero fue absolutamente menospreciado por la crítica, quizá por su aparición en Eurovisión y porque hacían música comercial, cosa que en aquellos años era casi un delito en ciertos ámbitos.

    Muchas gracias por rescatarnos esa música en la voz de Von Otter, una cantante elegante y estupenda, a la que se le intuye temerosa ante un micrófono, quizá para no cantar más alto de la cuenta y romper el hechizo. También ABBA y Madonna hicieron buenas versiones.
    F.G.

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