G.U. ha probado con los e-books pero, como tiene facilidad para olvidar lo que leyó (sobre todo si es antes de dormir), necesita volver atrás con frecuencia. Hay veces que tiene alguna lejana referencia visual: "lo que busco estaba en la parte superior de una página impar", por ejemplo. Eso que es tan sencillo en el libro de papel, en el formato digital resulta muy trabajoso: uno va clicando hacia atrás como un tonto hasta que encuentra lo que olvidó. Eso sucede muchas veces, sí, pero Javier plantea algo que Gran Uribe no se había parado a pensar: todos presentan el mismo acabado, el mismo tipo de letra, no hay portada (¡aquellas de Austral, o las míticas de Daniel Gil o Alberto Corazón!), el tacto del papel no existe, ni nada de todo eso. Pesan poco, eso sí, y son un poco más baratos, sobre todo si se tropieza uno con una de esas horribles ediciones escaneadas por aficionados, pero...
En cuanto a la música, Javier no habla de ello aunque sucede algo parecido: en los discos que ahora llaman "de vinilo" uno se sabía la portada, lo que había en la cara A y en la B (casi siempre mejor la A), el crepitar, las rayas y ruiditos que tenía y en qué canción estaban (siempre en la mejor, claro). Con el CD desaparecieron los ruiditos y también las caras A y B, las portadas casi ni se ven y, por si fuera poco, bastante gente sostiene que su calidad sonora es peor. Gran invento y ahora en trance de desaparecer gracias al "streaming". ¿A dónde nos lleva todo esto? Bueno, de momento el vinilo parece que resucita...
Dejemos que Javier Marías nos cuente cómo ve esto del cine y el libro, que lo hará mucho mejor:
«Sigo viendo muchas películas, pero hace tiempo que no voy a los cines. Hay varias razones por las que he perdido tan arraigada costumbre, entre ellas la falta de tiempo, la desaparición de los cines céntricos de la Gran Vía, y en gran medida los nuevos hábitos de los espectadores. Las últimas veces que fui a uno de ellos era imposible seguir la película. Si era una de estruendo y efectos especiales daba lo mismo, pero si había diálogos interesantes o detalles sutiles, estaba uno perdido en medio del continuo crujido de palomitas masticadas, sorbos a refrescos, móviles sonando, individuos hablando tan alto como si estuvieran en un bar o en la calle. Así que el DVD me salvó la vida, no me quejo.
Sin embargo, me doy cuenta (y no soy el único al que le pasa) de que, seguramente por verlo todo en pequeño, y además en el mismo sitio (la pantalla de la televisión), olvido y confundo infinitamente más lo que he visto. No descarto que también pueda deberse a que hoy escasean las películas memorables y muchas son rutinarias (si vuelvo a ponerme Centauros del desierto la absorbo como antaño). A cada cinta se le añadía el recuerdo de la ocasión, el desplazamiento, la persona con la que la veía uno, la sala … Esos apoyos de la memoria están borrados: siempre en casa, en el sofá, en el mismo marco, etc.
Javier en su despacho (aún más desordenado que el de G.U.) |
A mis lecturas inolvidables tengo indeleblemente asociados el volumen, la cubierta que me acompañó durante días, el tacto y el olor distintos de cada edición. Y luego están, naturalmente, la ocasión, la ciudad, la librería en que compré cada volumen, a veces la alegría incrédula de dar por fin con una obra que nos resultaba inencontrable. Todo eso ayuda a recordar con nitidez los textos, a no confundirlos.
No quiero exponerme a que con la literatura me empiece a pasar lo que con el cine, pero aún más gravemente: en éste, al fin y al cabo, las imágenes cambian y dejan más clara huella, aunque se difumine rápido a menudo; en los textos siempre hay letra, letra, letra, el “aspecto” de lo que tiene uno ante la vista es casi indistinto, por mucho que luego haya obras maestras, indiferentes e insoportables. Me pregunto, incluso, si en un libro electrónico no acabarían por parecerme similares todas, es decir (vaya desgracia), todas maestras o indiferentes, o todas insoportables».
Encuentro normal que los jóvenes que han nacido con el ordenador no deseen el tacto del papel, incluso pienso les incomoda el peso de un libro.
ResponderEliminarEn mi caso soy de leer y volever a releer lo leído . Subrayar, acotar, apuntar y poner enlaces en las páginas si es que me recuerdan o me retrotraen a otro autor.
Así, el 2666 de Bolaño me sería imposible leerlo en pantalla. Lo tengo tan manido y tan subrayado y tan acotado que parece otro libro, pero me resulta imprescindible hacerlo de esta forma.
Cuando habla de el homenaje a un poeta de Mondragón, que está loco y te pone las fechas, has de acotarlo, poner que el susodicho se llama Panero, Leopoldo María, y poner porqué estaba allí, y hablar de los "novísimos de Castellets entre paréntesis". Esto, evidentemente, no puedo hacerlo en un E-book, ni puedo acotar las figuras geométricas y traspasarlas a los filósofos que dicen representar.
Sigo con el papel, y ya he pedido que jamás, mientras tenga lucidez, se me regale un libro electrónico. Estoy hasta el moño de cargadores en casa.
Salut
Estoy completamente de acuerdo. A mí me pasa lo mismo.
EliminarEs verdad, y el colmo es lo de los cargadores, que para más inri no todos son iguales y hay que ir comprobando. Creo que creían que el e-book arrasaría. Pero no, por lo menos, no de momento. MJ
EliminarSí, las expectativas eran mayores, todos pensamos que se acabó el papel, pero todavía sobrevive y con una salud espléndida, lo que tiene su mérito porque si la gente ya leía poco, con el desembarco de los teléfonos móviles, todavía menos.
EliminarA mí me pasa exactamente lo mismo. El libro electrónico no he querido ni verlo, ni olerlo siquiera. Me gusta ver, y oler, el libro de papel. Y seguiré en mis trece. Para siempre.
ResponderEliminar