Leíamos con gran placer a Andrés Trapiello el otro día, en su maravilloso libro Madrid, y hoy leemos lo que escribió sobre esa ciudad, de forma tan diferente, en Tiempo de silencio Luís Martín-Santos, que nació tal día como hoy hace noventa y siete años (Larache, 11/11/1924 – Vitoria, 21/1/1964). Una obra compleja, que tuvo mucha influencia en toda la generación de escritores españoles de la novela social española de los cincuenta: los hermanos Goytisolo (Juan y Luis), Sánchez Ferlosio, Ignacio Aldecoa, Antonio Ferres, García Hortelano, Alfonso Grosso, etc. Pero murió joven de accidente de coche y apenas se publicó nada más de él.
Esta adusta y desencantada novela, de una prosa que hoy tal vez alguien pueda considerarla un punto periclitada, se la zampó G.U. a los dieciséis años (El Tapir seguramente también), aprovechando que su hermana Nvts estudiaba Filología y quizá tuviera que hacer algún trabajo sobre ella. La imagen que sacamos de esa página está tomada del ejemplar que manejó doña Perpetua en su día, llena de anotaciones, quizá también con vistas a algún trabajo en la facultad. En el párrafo de 40 líneas referido a Madrid se repite 27 veces el adverbio "tan", todo para acabar diciendo, más o menos, que Madrid no tiene catedral (bueno, celebrábamos la Almudena el otro día y ese engendro situado frente al palacio de Oriente estaba en construcción por los años de la novela). ¡Ay pobre Madrid, qué varapalo!
Luís Martín-Santos, Tiempo de silencio, Seix Barral, Biblioteca Breve, 1971, pág. 14-15 |
«Hay ciudades tan descabaladas, tan faltas de sustancia histórica, tan traídas y llevadas por gobernantes arbitrarios, tan caprichosamente edificadas en desiertos, tan parcamente pobladas por una continuidad aprehensible de familias, tan lejanas de un mar o de un río, tan ostentosas en el reparto de su menguada pobreza, tan favorecidas por un cielo espléndido que hace olvidar casi todos sus defectos, tan ingenuamente contentas de sí mismas al modo de las mozas quinceñas, tan globalmente adquiridas para el prestigio de una dinastía» [...]. Etc, etc. etc. |
Y ya hacia el final, en la antepenúltima página...
«Es un tiempo de silencio. La mejor máquina eficaz es la que no hace ruido. Este tren hace ruido. Va traqueteando y no es un avión supersónico, de los que van por la estratosfera, en los que se hace un castillo de naipes sin vibraciones a veinte mil metros de altura. Por aquí abajo nos arrastramos y nos vamos yendo hacia el sitio donde tenemos que ponernos silenciosamente a esperar silenciosamente que los años vayan pasando y que silenciosamente nos vayamos hacia donde se van todas las florecillas del mundo. [...] Somos mojamas tendidas al aire purísimo de la meseta que están colgadas de un alambre oxidado, hasta que hagan su pequeño éxtasis silencioso. Tracatracatraca, tracatracatracatraca, traqueteo, tracatracatracatracatraca, se puede formar un ritmo, es cuestión de darle una forma». |
Me la recomendó un profe del ICE, hace la friolera de más de treinta años.
ResponderEliminarDe lo mejor.
Salut
Leí ese libro hace años y me gustó mucho. Pero, según voy leyendo, no sé si ahora me pasaría lo mismo.
ResponderEliminarMuchas gracias
F.G.
A ver si puedo intervenir hoy. Estos días pasados no pude. No sé por qué. MJ
ResponderEliminarYo no puedo hacer nada. No dependen de mí los problemas de Blogger, que se repiten de tanto en tanto. Lo siento, porque me hacen sentirme más solo que de costumbre, cuando decenas de presuntos comentaristas se ven imposibilitados... Aunque yo frecuento algunos blogs y no se me suele ocurrir intentar comentar en ellos, debo reconocer que da moral ver que hay alguien ahí detrás; aunque las cifras del marcador sigan creciendo, no conocemos nada de esos silenciosos transeúntes ni de lo que piensan encontrarse al entrar.
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