Cosas así dice el actual ministro francés de Finanzas, Bruno Le Maire. La verdad es que cuando oyes hablar a esa gente y comparas con los iletrados "homólogos" que tenemos por estos lares se te cae el alma a los pies. Mejor no pensarlo.
«La lectura es un arma de libertad. Ella te permite construirte y convertirte en quien eres. Pero sobre todo, la lectura te permite descubrir lo único que eres y lo diferente que eres. Las palabras te hacen comprender que formas parte de una colectividad que siente las mismas cosas, y que no estás solo. Esta es la singularidad de la lectura: que es una actividad solitaria que nos abre al resto del mundo y que nunca estás tanto con los demás como cuando lees un libro.
¡Salgan de sus pantallas! ¡Lean! Lean, no se imaginan el placer que les dará la literatura. La lectura te alimenta, las pantallas te devoran Los libros te llenan, las pantallas te vacían».
Pues en eso estamos; G.U. está leyendo y releyendo más que nunca. Ahora está acabando una novela muy hermosa y tranquila, ideal para tiempos de pandemia y para combatir el desánimo. Se trata de Recuerdos de un jardinero inglés, de Reginald Arkell (Ed. Periférica, 2020), de la que seguramente hablaremos en breve aquí.
Y alternando con ella, esta tarde ha topado casualmente con Prosas apátridas, un breve libro de Julio Ramón Ribeyro, el estupendo escritor peruano fallecido en 1994. Hay en él unas líneas con las que se ha sentido muy identificado. Uno ha cambiado varias veces de piso a lo largo de su vida, en todos ha estado a gusto, y ha pasado largas temporadas en casas ajenas en las que se ha sentido bien; pero ninguna le trae recuerdos tan profundos como el piso en el que vivió toda su infancia y adolescencia, el de la calle Muntaner 561. Allí está, "en su configuración y sus objetos", un poco de aquello en que ha devenido, unos recuerdos que uno rescata casi todos los días, sentimentales que somos...
Hace bastantes años (tenía 35), a mí me ocurrió una vez con un compañero de Educación Física cuando estaba en el instituto Pompeu Fabra. Fuera del lugar de trabajo y sin su chándal perdió su personalidad. Me lo encontré una vez en un restaurante de un pueblo alejado, sin su ropa de gimnasia, me sonaba su cara y lo saludé, pero no fue hasta bastante rato después de salir del restaurante que caí en la cuenta de quién era. Me asusté un montón porque pensé que yo podía tener síntomas de Alzheimer. MJ
ResponderEliminarEn cuanto a los ministros, creo que no solo los franceses dan sopas con honda a los de aquí, también los alemanes, italianos o portugueses. MJ
EliminarMe temo que la partida de indocumentados que tenemos aquí es difícil de superar.
EliminarA mí también me ha ocurrido con gente a la que solo conozco en su ámbito y con su traje de faena habitual. También me ocurre que, con tipos del barrio o vecinos del bloque donde vivo con los que no mantengo relación alguna y ni siquiera nos saludamos cuando nos cruzamos por la calle, si ese encuentro se produce a mil kilómetros de distancia nos saludamos efusivamente.
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