Pero reconoce que «ni tanto ni tan calvo», quizá los padres evadieran demasiado el control. Son otros tiempos, mucho más inseguros. Pese a todo, le ha interesado mucho lo que ha leído hoy en el diario. Ahora, Gregorio Luri, un buen tipo, nos identifica en La Vanguardia el problema de fondo: «los niños actuales se han quedado sin espacios en los que poder vivir sus aventuras». Frente a esto, el pedagogo defiende abiertamente que «los niños tienen derecho al juego libre y arriesgado», reconociendo que esta postura «da pánico» a los padres modernos. Casi todo su ocio está programado por ellos. Cuando G.U. sale al balcón, asomado a una calle "pacificada" (pasa un coche cada media hora), oye a veces gritos de pánico de los padres que han ido a buscar a sus zagales a la escuela, que está en la esquina, en el momento en que uno de estos se adelanta un poco, tal vez buscando algo de aventura. Las angustiadas voces son: «Ves amb compte, que vindrà un cotxe!». O, si hay algún pequeño bache en su camino: «Vigila, que cauràs!». Uf, quizá esto sea mucho mejor que aquello, pero ¡que agobio!
Bueno, todo esto viene a cuento con una historia que nos cuentan los
telediarios y que nos ha parecido curiosa. Unos avezados zagales circulando en una especie de moto de juguete (pero
eléctrica) por una calle llena de coches y autobuses. Como ha salido por la
TV, la policía ya está en casa de los padres investigando, y la de Servicios Sociales también. G.U. piensa que a esos imprudentes zagales se les ha acabado hoy la infancia; quizá los lleven a un centro para reeducarlos y los padres se queden sin ellos.
Luces y sombras las de aquellos tiempos. Recuerdo que jugábamos mucho en la calle yvqueblos padres no tenían grupo.de guadap ybesas chorradas. ¿Momentos malos? También los hubo, y muchos, algunos incluso crueles, pero no vienen ahora al caso. Te recomiendo una entrada mía del blog que complementa la tuya:
ResponderEliminarLA TINAJA DE DIÓGENES: Los niños de los años 60 no teníamos smartphone https://share.google/amliJGdkYhoapPgfA
Saludos.
Me he acercado a tu texto Los niños de los años 60 no teníamos smartphone. Me ha gustado mucho. La imagen que lo encabeza es de un jueguecito un poco bestia, que en Cataluña llamaban "Cavall fort", solo apto para gente con la espalda bien puesta en su sitio (ahora no es mi caso, quizá porque jugué mucho a eso). De ese texto, comparto todo lo que dices, salvo que yo no conocía el "Vitacal", solo el "Chocolate Tupinamba", cuyo envase tenía la imagen de un gorila, me parece recordar.
EliminarEn mis veranos en Asturias jugaba mucho a "Alza la Malla". Este juego, no era ni más ni menos que el famoso "escondite". No sé de dónde le viene el nombre de "alza la malla". A un niño, por sorteo, le tocaba quedarse con los ojos tapados junto a un árbol o una pared. Contaba hasta treinta y salía buscar a los niños, que entre tanto se habían escondido. Solía salir un zagal corriendo y al llegar al árbol gritaba: ¡Alza la malla! "por mí primero y por todos mis compañeros". Y perdías la partida y pringabas otra vez. Por cierto, el otro día ví a unos zagales jugando a eso y me quedé extrañadísimo. ¡Qué demonios hacían esos descerebrados, en lugar ver videojuegos en la consola!
Por si alguien no clica en tu enlace, destaco algunos párrafos, que comparto totalmente, porque yo viví exactamente eso ("literal", como se dice ahora), de pe a pa. No sobra nada, y de lo que significaban para mí los cromos (jugadores de fútbol —el cromo de Uribe es un superviviente—, armas desde la prehistoria al primer submarino nuclear, lo que fuera) ni te cuento; la emoción de la compra, el abrir los sobres, el intercambio si te sobraba o falta alguno, pegarlos en el álbum. En fin, tienes la palabra:
«No teníamos consola, sólo el parchís y el juego de la oca.
La tele era en blanco y negro y sólo había dos canales, el normal y el UHF. Había pocos programas exclusivamente para niños. No nos perdíamos los dibujos animados, ni "Bonanza", ni "El Santo", ni "El Virginiano", ni "Los Intocables". Nos cagábamos de miedo viendo "Rumbo a lo desconocido", con unos marcianos muy graciosos y gente rara que hablaba mejicano o portorriqueño, como "Perry Mason", el famoso abogado criminalista que decía eso de que los malhechores le dieron a uno una "golpisa".[...]
Carecíamos de muchas cosas de las que hoy disfrutan los niños, pero siempre teníamos a mano algunos libros maravillosos: las novelas de aventuras de Salgari o de Julio Verne, las peripecias de "Guillermo Brown", los tebeos de "El Capitán Trueno", de "El Guerrero del antifaz" o de "El Jabato".
Y sobre todo, teníamos mucho tiempo para disfrutar de la calle y de los amigos, esas tardes interminables para jugar al escondite, al rescate, al balón, a las chapas, a los cromos, a las canicas, a la lima, al pañuelo, a la peonza...».
Saludos cordiales, y gracias por el enlace...
Todo un detalle dejar allí tu comentario. Es como viajar al pasado.
EliminarSaludos.
Perdona el manejo horrible del teclado por mi parte. Yo tenía más habilidad con las canicas y las chapas.
ResponderEliminarYo también me desenvuelvo mal, sobre todo con el teclado del móvil. Me iba mejor antes, sobre todo con las chapas , los botones (una sofisticación de eso) y el futbolín. En las canicas era algo más torpe.
EliminarNo cambiaría un céntimo mi infancia, llena de estrecheces, por las de mis nietos, llenas bonanzas y artilugios. Ni un céntimo.
ResponderEliminarLo mío fue esplendoroso, una aventura diaria, jodido en ciertos aspectos, pero llenos gozo en otros, y eso que crecí sin padre y sin una autoridad materna digna de llamarse autoridad.
Pero no cambiaría ni un céntimo.
salut
Estoy seguro de que tu infancia era una aventura diaria, no solo en los veranos a los que me refiero (durante el curso no era lo mismo, más bien al contrario). Yo veo a los zagales de hoy en día vagando tristemente por los parques, móvil en mano y sin hablarse siquiera, y me quedo un poco tristón. Pero ellos estoy casi seguro de que como lo pasan bien es así, quizá porque no han conocido otra cosa, no lo sé.
EliminarSaludos..
Un término medio. Un beso
ResponderEliminarSí, nuestros padres se pasaban de pasotas, valga la redundancia. Besos.
EliminarCreo que hoy hemos ganado en pamplinas y perdido en libertad, hemos ganado en el número de psicólogos que se dedican a la ñoñez y hemos perdido en vitalidad, hemos ganado en debilidad de carácter y hemos perdido en valentía en el comportamiento, hemos ganado en patologías psicológicas y hemos perdido en voluntad y esfuerzo...
ResponderEliminarCoincido con las palabras de Gregorio Luri, sigo su blog y comparto sus opiniones.
Veo a los padres sobre-protectores y pamplineros que gritan y ven peligros cuando ven pasar una hormiga y no se inmutan cuando ven los excrementos de los perros o el pestazo de droga o a orines.
Los Servicios Sociales actúan también con las mismas pamplinas.
Si a los niños se les educa entre algodones, lo que vendrá luego será una juventud "debilucha" incapaz de soportar la realidad y al primer infortunio, se derrumbarán o suicidarán, (por cierto, el número de suicidios entre los jóvenes va en aumento)
Saludos.
¡Peligro con los psicólogos y con los Servicios Sociales! ¡Peligro con los psicopedagogos que pululan por los institutos y parecen mandar más que nadie! Y... ¡peligro con los grupos de WhatsApp que organizan las madres de los nenes que van a la misma clase que sus hijos!
EliminarYo también sigo ese blog de Luri, El café de Ocata, aunque hace tiempo que no me asomaba, y he leído La escuela no es un parque de atracciones. Comparto muchas de las cosas que dice (yo también pienso que la escuela es una "ludoteca", como dices a veces). Incluso lo que explicaba ayer, unos párrafos que parecen ser mi fiel reflejo. Yo creo que hay cosas en las que soy tan inútil (sobre todo desde que mi aparato locomotor no es el que era) como cualquier zagal de hoy en día (aunque ellos usan el móvil; se hacen selfies con más soltura —no me he hecho nunca ninguno— y saben usar la videoconsola, y yo no).
Por ejemplo, eso que contaba:
«Se ha ido mi mujer a Pamplona y ha dejado una única tarea en mis manos: Hacer dos agujeros con el taladro en la pared, poner dos tacos y unas alcayatas y colgar un cuadro. Esta tarde ha aparecido mi hijo por casa y se ha ofrecido generosamente a ayudarme, pero yo, sobrado de mí, he despreciado su oferta. En cuanto se ha ido, he hecho de mí un Tartarín del bricolaje y me he puesto manos a la obra. El resultado ha sido tan lamentable, que le he pedido a un vecino albañil que venga a sacarme del apuro. Vendrá el domingo. Mientras tanto, el panorama de mi derrota está ahí, ineludible, indiscreto, humillante. No solamente hay cosas para las que soy un completo inútil sino que, además, como he podido comprobar hoy, mi inutilidad va creciendo».
Saludos
¡Peligro con los psicólogos y con los Servicios Sociales! ¡Peligro con los psicopedagogos que pululan por los institutos y parecen mandar más que nadie! Y... ¡peligro con los grupos de WhatsApp que organizan las madres de los nenes que van a la misma clase que sus hijos!
EliminarYo también sigo ese blog de Luri, El café de Ocata, aunque hace tiempo que no me asomaba, y he leído La escuela no es un parque de atracciones. Comparto muchas de las cosas que dice (yo también pienso que la escuela de hoy en día es una "ludoteca", como dices a veces). A la asignatura que yo daba, "Dibujo", les pareció poca cosa ese nombre y pasaron a llamarla pomposamente "Educación Visual y Plástica". De tal modo era lo que había que impartir en ella que la gente la empezó a llamar, un poco en coña, "Plastilina". Comparto incluso lo que Luri explicaba ayer, unos párrafos que parecen ser mi fiel reflejo. Yo creo que hay cosas en las que soy tan inútil (sobre todo desde que mi aparato locomotor no es el que era) como cualquier zagal de hoy en día (aunque ellos usan el móvil, se hacen selfies con soltura —no me he hecho nunca ninguno— y saben usar la videoconsola).
Por ejemplo, eso que contaba:
«Se ha ido mi mujer a Pamplona y ha dejado una única tarea en mis manos: Hacer dos agujeros con el taladro en la pared, poner dos tacos y unas alcayatas y colgar un cuadro. Esta tarde ha aparecido mi hijo por casa y se ha ofrecido generosamente a ayudarme, pero yo, sobrado de mí, he despreciado su oferta. En cuanto se ha ido, he hecho de mí un Tartarín del bricolaje y me he puesto manos a la obra. El resultado ha sido tan lamentable, que le he pedido a un vecino albañil que venga a sacarme del apuro. Vendrá el domingo. Mientras tanto, el panorama de mi derrota está ahí, ineludible, indiscreto, humillante. No solamente hay cosas para las que soy un completo inútil sino que, además, como he podido comprobar hoy, mi inutilidad va creciendo».
Saludos
Llego tarde al debate. He estado fuera el fin de semana. Creo que hay algunas consideraciones a añadir a lo dicho hasta ahora. Ciertamente, los niños antes vivían mucho más libres y se rascaban las rodillas en sus aventuras. La razón principal es que tú, como yo, somos baby boomer, unas generaciones en que los hijos eran bastante más abundantes que ahora. En la actualidad, los niños son muy escasos, son un bien único. Y muchas familias tienen un hijo cuando ya son mayores, y no tienen en general hermanitos. Por otra parte, la carga cultural de los últimos cuarenta años ha incidido en los peligros que corren los niños en la calle -el tráfico, los pederastas-. Se ha querido proteger a los niños de cualquier tipo de peligro porque eran muy escasos. Caso diferente es el de la comunidad musulmana española en la que los niños son muy numerosos. Mi hija estudia para comadrona en el Valle Hebrón y me comentó que una mujer magrebí era 'septi' lo que quiere decir que era madre por séptima vez. Está claro que sus hijos no recibirán en ningún caso tantos cuidados y que vivirán en la calle como veía a mis alumnos magrebíes en el barrio de Sant Ildefons, y seguro que no recibirán carísimos tratamientos de ortodoncia como es general entre cualquier niño del país. Por otra parte, los psicólogos nos han culpabilizado de todos los males psicológicos de los niños y está muy extendido llevarlos al psicólogo para cualquier dificultad que puedan tener. Si la madres españolas autóctonas tuvieran siete hijos o cinco, seguro que las rodillas de los hijos estarían magulladas y que tendrían mayores dosis de calle a pesar de los peligros. Los niños crecen entre algodones pero eso no les protege de las amenazas de internet, mucho más peligrosas que las de llevar las rodillas heridas. Es muy normal tener un solo hijo a los treinta y seis o treinta y ocho años, cuando se tiene menos energía, uno está acostumbrado a una vida de placeres gastronómicos o de viajecitos, y los niños llegan en un contexto en que crecen sin primos, sin hermanos y los padres solo tienen referencias de otros padres de la guardería como ellos -llenos de miedo-. Y, además, existe la tendencia de que los hijos crezcan como pequeños príncipes a los que la familia mima y les da todo porque son elementos raros y únicos. Y al añito se les da el móvil para que no molesten. En fin, son elementos para completar el panorama. Saludos.
ResponderEliminarSí, es una buena aportación la tuya. Lo del número de hijos influye y ¡de qué manera! Y luego está el que, si los padres tienen trabajo, dejan parte de las tareas con los niños a los abuelos (llevarlos y traerlos del cole, darles de merendar, jalear sus jueguecitos), quienes, para no buscarse problemas, les permiten todos los caprichitos. La excusa para encomendarles estos asuntos es que así se entretienen y tienen algo que hacer.
EliminarPor cierto. Me ha venido a la memoria una película, "La gran familia" (1962), con Amparo Soler Leal y Alberto Closas (¡quince hijos!) como padres y José Isbert como abuelo y López Vázquez como padrino (¡Qué actorazos!). Era el reflejo de aquella época en que el franquismo daba premios a la familia con más hijos de España. Los más pequeños eran ninguneados, como es bien normal... Era simplona y buenista, pero ¡qué risa! Tuvo tanto éxito que se filmaron varias, "La familia y uno más" (1965) y "La familia, bien, gracias" (1974). Por cierto, mi madre estaba secretamente enamorada de Alberto Closas...
Saludos.
[video]https://youtu.be/xK0OSYc-HBQ?si=zZb0vg_oadZHssoM[/video]