¡Ay, qué tristeza nos invade!; al acabar agosto se van ya los vencejos que nos alegraron las tardes del verano en la terraza, con su vuelo disperso y sus grititos, y ya van volviendo —muy morenitos ellos— los imbéciles habituales a poblar Parlamentos, telediarios y tertulias. Y así hasta que vuelvan los vencejos en abril y se vaya de vacaciones toda esa gente el agosto que viene.
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Vencejos en vuelo / [Fotografía de iStock] |
Una de las primeras experiencias que se tuvo de lo que hacen esas aves fue con el vencejo "Goyeneche", en 2012, mediante un geolocalizador. El susodicho Goyeneche, ni corto ni perezoso abandonó su nido en agosto, para llegar al continente africano y bordear el desierto del Sahara, cerca de la costa atlántica. Atravesando la zona sur de ese desierto, alcanzó su primera zona de invernada (1) entre Camerún y la República Democrática de El Congo, sobre extensas áreas de selvas y sabanas, tras viajar más de 9.000 kilómetros desde su nido. En diciembre se desplazó a una segunda zona de invernada (2), más al este, cerca de las costas de Tanzania, Kenia y Mozambique.
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Migración del vencejo "Goyeneche" |
En febrero inició su viaje de regreso a la Península. Abandonó sus zonas de invernada atravesando África, el golfo de Guinea y el desierto del Sahara hasta llegar a la península ibérica, donde llegó a principios de mayo para anidar, tras más de 11.000 kilómetros recorridos y tres meses de viaje de vuelta. En total, un periplo de más de 20.000 kilómetros desde los pueblos de la Península hasta las selvas y sabanas africanas. Ahí es nada, se dice pronto. Ahora los vencejos se han ido y nosotros aquí nos quedamos, un poco más solos, esperando ya que vuelvan en abril...
Empezaba Pino Aprile su libro
Nuevo elogio del imbécil, con un prólogo bastante poco
esperanzador:
«Después de dedicar varios años y mucho estudio a alumbrar este libro, he
descubierto en carne propia (y en la vuestra, pero en la mía duele más...) una
verdad desalentadora: la imbecilidad es seguramente el único ámbito en el que
el conocimiento resulta del todo inútil. Dicho de otro modo: saber cómo
funciona la estupidez, cómo actúa y se multiplica, debería, en rigor,
ayudarnos a evitar sus consecuencias. Pues bien: no es así.» |
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Pino Aprile, Nuevo elogio del imbécil, Ed Gatopardo (2025) |
El señor Aprile utiliza un cinismo irónico, tanto que incluso alberga dudas sobre la certeza de sus hipótesis y conclusiones, pero quizá no anda desencaminado. Lo estamos viendo a menudo: los imbéciles (y "los últimos de la clase") han tomado el mando por doquier. Ayer mismo, los que llevan las riendas del urbanismo orensano y planifican cargarse una herencia espléndida del S.XIX para hacerse los
modelnos, acreditan ser
unos imbéciles de libro, en opinión de G.U
. ¡Dios nos coja confesados!
Más o menos, el corolario que se obtiene del libro de Aprile es que, como señala Jordi Gracia en su reseña,
«la organización de las sociedades modernas está destinada a reducir la capacidad de impacto de las inteligencias libres, creativas, disruptivas y disonantes porque si prosperasen, si triunfasen o incluso si lograsen algún tipo de cargo de dirección arruinarían el tinglado entero y acabarían con la más mínima posibilidad de perpetuación de la estructura pensada para perpetuarse, sea la empresa, sea la Administración burocrática, sea un gigante editorial o un gigante mediático. Da igual: la humanidad desarrolló durante millones de años la inteligencia capaz de hacerla sobrevivir y ahora es ya innecesaria porque todo funciona solo y una inteligencia extraña a la perpetuación del sistema solo serviría para neutralizar su bovina y pacífica continuidad».