lunes, 5 de febrero de 2018

Hasta del horror sentimos nostalgia

Medalla conmemorativa de la 50 promoción de Jesuitas de Sarriá
A Gran Uribe le pasa lo mismo que a Ramón de España. No le gustan nada y rehúye sistemáticamente las celebraciones conmemorativas que organizan algunos animosos antiguos alumnos del colegio donde estudió el bachillerato. Por suerte para él, suelen celebrarse en abril y le pilla lejos. El año pasado se celebró el 50 aniversario de la promoción, y un buen compañero (y sin embargo amigo) le ha guardado con celo la medalla conmemorativa de aquel evento hasta hoy, en que le ha hecho 'solemne' donación de ella. ¡Qué tiempos aquellos!

Ya hablamos hace un tiempo de aquellas aparatosas ceremonias de promulgación de dignidades y algún día incidiremos en otros aspectos de aquellos días en ByN. El frío que hacía entonces (las mañanas de invierno estaba siempre helado el estanque de delante de la fachada), y ese frío también era tremendo en las aulas, en el salón de actos y en la capilla. Las misas y rosarios diarios; el mes de mayo dedicado a María; las procesiones de la Inmaculada, pelados de frío con nuestras antorchas; los curitas jóvenes y los curones mayores; la obligación de pasar, antes de irnos a casa, por la sala en que los exponían cuando habían fallecido... También de la pelotilla que se les hacía a los hijos de las familias pudientes (Porcioles y otros).


Pegaban pocas leches, eso hay que reconocerlo, contra la imagen estereotipada que existe. Pero el hermano de quien esto escribe (El Tapir, ya saben) sufrió una paliza a manos de un colérico sacerdote (padre A*****) porque al acabar un examen se dio cuenta de que se había olvidado de poner el nombre y pronunció un "miau! que el cura interpretó que iba dirigido a él, con lo que empezó a apalizarlo gritando como un poseso: "¡A hacerle el gato a tu padre!". En fin, para qué seguir ahora; ya explicaremos —en plan abuelo Cebolleta— más cosas de esas algún día, por si interesan a alguien.



Vayamos ya con algunas de las cosas que decía Ramón de España, en un artículo del año pasado que fue bastante controvertido porque les sentó muy mal a algunos de sus compañeros de promoción, gente bien situada. Se titulaba ¨¿Los mejores años de nuestras vidas?", parafraseando quizá a aquella película de William Wyler, "Los mejores años nuestra vida" (1946), con Mirna Loy en uno de sus mejores papeles, muy lejos de su imagen clásica de mujer fatal.

«Aunque absolutamente inútil, la nostalgia es un sentimiento muy extendido: casi todo el mundo cree haber vivido tiempos mejores que los que le toca soportar en el presente. Uno de los ámbitos más propicios a la añoranza de una época pretérita es el colegio, donde siempre hay un grupo de emprendedores muchachos que constituyen una especie de comisión de festejos permanente que se pasa la vida organizando cenas de exalumnos y 'cachupinadas' varias para celebrar los que, al parecer, consideran los mejores años de su vida.

Esta clase de gente se da también entre los que guardan un gran recuerdo de su servicio militar, pero como tal cosa ya no existe, solo hay que esperar a que se mueran los que la hicieron para que te dejen en paz. En la universidad y el trabajo también se encuentran personas con tendencias conmemorativas, pero son menos que en el colegio, que es donde realmente encuentras a los genuinos creyentes del eterno reencuentro, tan fieles a su centro educativo como cierta parte del colectivo gay al festival de Eurovisión.

Todo esto viene a cuento de que acabo de recibir una invitación de los Escolapios de Diputació para celebrar que hace 45 años que los perdimos de vista; yo, para siempre, otros no tanto.[...]

La invitación viene ilustrada por la foto de una pandilla de tíos de mi quinta, aunque hoy más calvos y más canosos y, sobre todo, mucho más sonrientes. Reconozco a dos o tres que no me caían mal, pero a los que no he vuelto a ver desde 1972; al resto, que me aspen si los identifico. Me avisan de una cena que tendrá lugar ya he olvidado cuándo y a la que no pienso acudir, como no he acudido a los anteriores jolgorios, que se llevan celebrando prácticamente desde que todos abandonamos la escuela.

Recuerdo haber ido a uno de los primeros y no haber vuelto a los siguientes: desaparecido el entorno común, ahí no sabía uno de qué hablar (en eso, las reuniones de exalumnos son como las de los supervivientes de la mili, que sin el uniforme son incapaces de reconstruir las conversaciones mantenidas en su momento en el Hogar del Soldado). Solo los ya citados muchachos emprendedores se lo pasaban pipa, y yo me preguntaba: ¿realmente fueron tan felices durante todos esos años que yo apenas recuerdo o buscan algo a lo que agarrarse?

Me repito esa pregunta cada vez que llega a mis manos la convocatoria de turno, pasando luego a cuestionarme por qué su experiencia resultó más estimulante que la mía, siendo todas más o menos la misma. El colegio no fue un drama, pero tampoco una comedia chispeante, solo un trámite inevitable en el que, además, no había chicas y para asomarnos a la otredad, como diría Machado, había que recorrer una manzana hasta el colegio de Lestonnac, donde poco se sacaba aparte de la confirmación de que las chicas olían mucho mejor que nosotros.

Aunque me lo pasé mejor después en mi paso por la facultad de periodismo y en algunos medios de comunicación ya desaparecidos, no hay en esos ámbitos gente tan emprendedora y entusiasta como en el escolar. ¿Qué vieron ellos que a mí se me escapó? ¿O lo suyo no es más que nostalgia por una época en la que tenían toda la vida por delante y muy escasas responsabilidades? [...]

El amor al colegio es un misterio que no resolveré jamás y que me lleva siempre a la frase de un personaje de Ignacio Vidal-Folch: "Hasta del horror sentimos nostalgia"».

3 comentarios:

  1. Como el colegio era algo inevitable, se pasaba lo mejor que se podía o, mejor dicho, y valga la redundancia, lo mejor que se permitía. Se guarda buen recuerdo de algunas personas y de otras, no.

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  2. Y de algunas ni te acuerdas, o no las reconoces (ni ellas a tí, claro, que el tiempo pasa para todos, incluyéndonos a nosotros mismos). Si bien soy bastante reacio a estas celebraciones nostálgicas, como GU y Ramón de España, debo reconocer que en la de mi 50ª promoción de los jesuitas me lo pasé bastante bien. Desde luego que iba dispuesto a ello, porque de lo contrario no me habría trasladado desde Ibiza. Me dieron la medallita que reproduce GU, en algún momento se borraron los más de cincuenta años que hacía que no pisaba esas dependencias, particularmente la capilla... Ahí, sí, debo reconocer que me emocioné. No sé si eso es bueno o malo, pero no lo pude evitar. Luego, ya de vuelta a Ibiza, te empiezan a llover invitaciones por internet (de alguno de esos esforzados organizadores a que alude Ramón de España) a los actos menos apetecibles que a uno se le puedan ocurrir...
    El Tapir

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    1. ¡Caramba, Tapir! Intuyo que ha vuelto usted de Oriente. Habrá podido aprediar que por aquí seguimos donde estábamos, aunque un poco más locos.

      Me comenta que usted posee en sus vitrinas el mismo galardón otorgado por nuestros méritos adquiridos en ese colegio, siendo capaces de sobrevivir a aquello ¡50 años! Yo lo recibí anteayer, de manos de un emocionado compañero, aunque casi con un año de retraso. Veo que guarda usted buenos recuerdos de la capilla, lugar donde a uno se le ponían las manos y piernas (aún no llevábamos pantaloncito largo) absolutamente moradas por el frío que soportábamos mientras el maestro Tomás dirigía el coro (en el que figuraban algunos amigos) entonando el Virolai, el "Perdona a tu pueblo Señor" y también algunas piezas emblemáticas del canto gregoriano. Ahora ha cambiado aquello, como pudo apreciar en su última visita.

      [img]https://3.bp.blogspot.com/-U63Q1LlEN9w/WnuO-2u6G3I/AAAAAAAAgsw/C-2NNsaSqtgupJdgdvxDFKimmtaSEp3KgCLcBGAs/s1600/jesuitas_sarria_capilla.jpg[/img]

      Aparte de su experiencia en el día de ese cincuentenario, que nos explica ahora, ignoro qué recuerdos guarda usted de su estancia en aquel colegio, ya que no nos los ha explicado nunca (G.U. intenta hacerlo de vez en cuando con los suyos propios), pero parece ser que la paliza propinada por el padre A***** no le dejó mucha impronta, de lo cual me alegro. Pero no sufrimos, ni usted ni yo, problemas de pederastia, afortunadamente, y ya podemos dar gracias.

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