Rull, Turull y Oriol Pujol |
Pero ha acabado aclarándose de quién es quién. Turull tiene el aspecto que señala Bosch en el texto adjunto y le encuentra además un aire frailuno que le recuerda mucho al del prior del monasterio de Poblet, un tal Lluc Torcal, el que presentó la conferencia de Junqueras sobre "Física cuántica", de la que ya hablamos en estas páginas. Rull, el de las comidas flatulentas en la cárcel (verbigracia: cocido madrileño), es aquel tipo alto y desgarbado, un poco "geperut", que se ríe mucho (no se sabe de qué) enseñando los dientecitos y que es el único de todos los 'sublevados' que fue a "trabajar" (por llamarlo de alguna manera) a su despacho el día que Fuigdemont se escapó a Bruselas. Por cierto, no sabemos todavía si la viñeta de Tintín que tenía colgada en la pared de su ahora exdespacho era un guiño al espectador o un mensaje en clave.
Pero no despistemos: veamos lo que nos cuenta Lluís Bosch en su entrada titulada Rull y Turull, Dupont y Dupond, Hernández y Fernández:
«Cuando era niño vivía en la ciudad de Barcelona y leía las aventuras de Tintin. En esos libros fascinantes, de autor belga pero de expresión francesa, aparecen dos policías bastante zafios y engreídos que, en francés (como en catalán), se llaman Dupont y Dupond y, en versión castellana, Hernández y Fernández. Me esforcé por encontrar lo que diferenciaba a los dos guindillas, que es cosa muy sutil. Digamos, para resumir, que uno de los dos es algo más zoquete que el otro. Esa es la hipótesis humilde que me hice entonces, de niño.
Ya de mayor, descubrí en la prensa a dos tipos convergentes: Rull y Turull. La similitud cómica de sus apellidos me remitió a los Dupond y Dupont de mi infancia desde el primer instante. Pero el asunto es que jamás fui capaz de distinguir entre Rull y Turull. Cada vez que aprendía a asociar el apellido con la cara correcta, el aprendizaje se me desvanecía poco más tarde y volvía a mis dudas.
En la ciudad en donde habito ahora (la tercera ciudad de Cataluña en número de habitantes), hay una pastelería que se llama "Pastisseria Turull". Es una pastelería muy cara y muy pija. Sabiendo que el señor Puigdemont desciende de familia pastelera, siempre pensé que el diputado convergente Turull era hijo de esta ciudad (¡vaya inferencia la mía!) y, en consecuencia, dejé de comprar pan integral en la pastelería Turull. No vaya a ser que, con el beneficio que les aporto a los pasteleros Turull, me dije yo, le manden dineritos al prófugo en Bélgica. Eso no me lo perdonaría jamás.
Un día, sin embargo, entré en un supermercado de esta ciudad y me topé con el señor Rull (lacito amarillo in pectore, por supuesto). Así descubrí que mi vecino no es Turull, si no Rull. A Rull, en el supermercado, le comenté algunos asuntos sobre el desastre moral y convivencial que nos legaron los suyos, a todo lo cual él me respondió con un discursito aprendido de memoria, aburrido y ya sabido, con evasivas, sin mirarme a los ojos y con un apretón de manos final perpetrado con una mano fláccida, paliduzca.
Quizás su mano andaba pálida por haber estado unos días en esa prisión en la que, según sus palabras, se come muy mal y dan alimentos flatulentos. Creo que la valoración de Rull sobre su (breve) estancia en una cárcel debería incorporarse al corpus literario de la literatura taleguera, ya que tiene un alto valor simbólico y una profundidad humana digna de elogio en el mundo del arte. El talante flatulento de la dieta carcelaria no había sido comentada jamás hasta hoy por un preso recién excarcelado. Ni la sombra ni la privación ni la disciplina: nada de eso le impresionó al señorito Rull. Solo el mal menú. ¿Cómo debe de ser el menú de Can Brians? [...]
Después de mi encuentro con el diputado Rull pensé que jamás confundiría a Rull con Turull. Pero...¡me equivoqué! Una noche soñé con ambos y me lié de nuevo. Es cierto que Turull tiene un aspecto de batracio verde que Rull no tiene, pero Rull también es algo intrigante en su aspecto y, si uno se fija bien, ambos podrían aparecer como extras en una cinta de serie B que adapte "La sombra sobre Innsmouth", uno de los relatos de H.P. Lovecraft que más me gustan.
En el cuento del genio de Providence (que plagió Albert Sánchez Piñol hace casi dos décadas), unos seres anfibios surgen del mar para reclamar lo que creen que es suyo de forma legítima. Y se emparejan con las mujeres del pueblo pescador para crear una legión de híbridos que, andando el tiempo, les darán el poder.
¡Qué grande es Lovecraft!»
[Supone G.U. que el discursito que le echó Rull a Bosch fue emitido con esa sonrisita de conejo... En fin, no todo el mundo puede fardar de haber cruzado unas palabras con el conseller legítim! Enhorabona, Lluís!]
Lo malo del caso es que por poner cosas como estas, a mi gran amigo Lluis a veces le caen amenazas.
ResponderEliminarQuien me diga que Catalunya no es una población fracturada, o no vive aquí o no se entera de nada.
salut
Tiene mérito Lluís por decir esas cosas. Pero cuando se explican con ese arte deberían doler menos.
EliminarMe emociona que mi eterna confusión entre los apellidos de estos dos personajillos sea compartida. Creía que sólo me pasaba a mí. Muy buenas las comparaciones con Dupont y Dupond (Hdez. y Fdez.), son las primeras que me vinieron a la cabeza. Buena la descripción física de ambos de G.U., la chepita y sonrisa estúpida del alto (iba a llamarlo de nuevo Turull) y el gesto modosito del bajito. A mi el segundo me recuerda, por su aspecto clerical, más que por su rasgos físicos, a un antiguo guía de la catedral de Vic que solíamos frecuentar con la familia allá por los años 60 (ha llovido desde entonces...). El mismo gesto, entre obsequioso y pelota, sin perder de vista ni un momento el abono de la cuota de visita al templo...
ResponderEliminarnvts
Francisco Serinanell se llamaba el guía que nos introdujo en los secretos de las pinturas de Sert en la catedral de Vich, con los detalles como el de "la musculatura del negro" y, en efecto, tenía maneras obsequiosas como las de Turull.
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