sábado, 31 de agosto de 2019

Un arriesgado cuento de Sara Mesa

Sara Mesa
G.U. ha dejado de lado el blog, pero no la lectura, que conste. Ha ido alternando este mes las trepidantes aventuras de Lorenzo Falcó, de Arturo Pérez-Reverte (un tipo algo canalla y bastante denostado, pero un escritor como la copa de un pino, maestro del ritmo narrativo, de los diálogos y de las escuetas pinceladas descriptivas, en historias bien construidas) con los cuentos de una escritora que está en el polo opuesto en cuanto a temática y estilo, pero que es muy buena, en la modesta opinión de G.U., que no es un experto en esto (ni en nada).

En efecto, aquí tienen a Sara Mesa, con su mirada inteligente y con su cara de no haber roto nunca un plato. Pero, vaya si los rompe, y de qué manera. Y lo hace a base de crearnos cierto desasosiego por los temas que escoge, siempre en la frontera entre lo correcto y lo incorrecto, explorando la incomodidad, y por el modo en que consigue que lo más imprevisible parezca fluir de la manera más natural. Una escritura cristalina, en apariencia simple o improvisada, sin esquemas, indócil, llena de elipsis y ocultaciones, sin formalismos de ningún tipo, pero soportada por una arquitectura invisible que los mantiene en pie, vaya si los mantiene en pie: una vez entras en su mundo es no es nada fácil abandonar la lectura.



Su novela Cara de pan es muy buena, y ya hablaremos de ella en otra ocasión. Ahora nos vamos a ocupar de de un cuento arriesgado pero impecable, titulado Apenas unos milímetros, incluido en la recopilación Mala letra. Se trata de un relato políticamente incorrecto —todas sus historias lo son— en el que cuestiona algunos aspectos de la educación, y enfrenta a los adolescentes con aquello que les es más ajeno, la enfermedad, utilizando para ello en algún momento el humor negro.

En él plantea esa especie de igualdad tramposa con la que el sistema educativo, avalado por políticos y psicopedagogos progresistas, niega las diferencias, en aras de ese afán casi obsesivo por la integración a toda costa, por encima a veces de la más elemental sensatez. Gracias a esos afanes, G.U. se ha visto, por ejemplo, dando clases de dibujo técnico (el compás, el escalímetro, ya saben) a un chico prácticamente ciego, en el aula con los demás compañeros de curso, y sin que al susodicho G.U. se le suministrara por parte de la superioridad el más mínimo asesoramiento sobre qué cxxx hacer en un caso así, teniendo a otros treinta alumnos a los que atender.


En el relato de Sara Mesa se trata de que un chico tetrapléjico, que solo puede mover los ojos apenas unos milímetros y está inmovilizado en la cama de su casa, acuda al instituto en el que está matriculado para recibir clases de educación sexual, desplegándose con ese fin un complejo operativo, y le enseñen allí, por ejemplo, cómo ponerse un condón —"profiláctico", en palabras de la sexóloga—. G.U. ha asistido, como tutor, a algunas sesiones de ese tipo, y en ellas suele haber bastante jarana y mucha guasa por parte de los alumnos. Pues bien, Sara Mesa lo explica de manera que nos parece estar allí, se diría que ella hubiera sido también profesora. El caso es que una de las reflexiones que uno se podría hacer es la siguiente: asistir a esas charlas ¿le hará sentirse a ese muchacho más integrado o más excluido?

La historia la narra en primera persona la profesora de Biología de ese grupo. Seleccionamos un fragmento:

Sara Mesa, Apenas unos milímetros, fragmento; de Mala Letra, Ed. Anagrama (2017), pág. 50


3 comentarios:

  1. Nada que no sea real. Nada que no pase. Lo que sucede es que está bien narrado. Me lo apunto.
    Gracias

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  2. Yo también lo apunto. Gracias.

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  3. Pues sí, GU, curioso cuento este, rozando y traspasando, como decía usted, los límites de lo políticamente correcto. me ha animado a leer a esta autora. ¿Ve como siempre es útil leer el blog del Gran Uribe?
    El Tapir

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